ALESSANDRA
Termino de acomodar la inconfundible caja a rayas rosa y fucsia de Victoria´s Secret dentro de la maleta y coloco sobre ella una de las camisas de Marco. No puedo evitar que una pícara sonrisa asome a mis labios imaginando su cara cuando le muestre su regalo. Miro a mi alrededor para comprobar que no he olvidado nada, cierro las hebillas y paseo la palma de mi mano por la superficie de piel, adoro el tacto y el olor de esas viejas maletas de Louis Vuitton.
Ajusto las medias a mis muslos eliminando una arruga inexistente mientras ciño el vestido a mis caderas, me acerco al tocador y me miro al espejo, compruebo que el suave tejido se adapta a mi cuerpo como un guante, le sienta bien el color negro a mi pálida piel, y el gloss de intensísimo color escarlata hace que mis labios resulten deliciosamente apetecibles. Suelto una carcajada, creo que esas fueron exactamente las palabras que usó Marco la primera vez que lo borró de mis labios con sus besos.
Descuelgo el teléfono interno y llamo a Brigitta.
−Sí −respondo a su pregunta de si ya está todo preparado−. Gracias Brigitta por mantener a Marco ocupado.
−Entonces… ¿No sospecha nada? −casi puedo adivinar su sonrisa tras el aparato.
−No, creo que va a ser la primera vez que logro sorprenderle. Brigitta…
−Sí, señora, me ocuparé de que lleven el equipaje al coche. Paul también está preparado.
−Gracias Brigitta −me despido antes de colgar el teléfono y salir de la habitación.
Recorro con parsimonia esos largos corredores ahora desiertos, la frialdad de esas piedras milenarias que componen los robustos muros resulta casi reconfortante, atravieso un par de amplísimos salones hasta llegar a la majestuosa escalera de mármol y desciendo a la primera planta. El silencio resultaría casi ensordecedor sino estuviera roto por el sonido del repiqueteo que producen mis altísimos tacones sobre el suelo mientras continúo avanzando. Solo me cruzo con un par de silenciosas doncellas que, tras detenerse unos instantes y hacer una leve inclinación de cabeza, continúan con presteza en dirección a nuestras habitaciones, sonrío de nuevo mientras mis ojos se desvían un instante, a través de uno de los amplios ventanales, a la cima de esas altas montañas que aparecen mucho más blancas de lo que lucen habitualmente.
Antes de llegar hasta su puerta sé que no está solo, incluso desde la distancia soy capaz de notar ese casi imperceptible tono de paciencia que está imprimiendo a su voz, y aunque no hubiera podido identificar el aroma a flores de su acompañante, ese ínfimo detalle sobre el timbre empleado en su voz hubiera sido pista suficiente para adivinar que está hablando con Ever. La negativa parece tajante, pero también percibo que está de buen humor.
Antes de abrir la puerta sin anunciar mi presencia alcanzo a escuchar la última frase que Marco arrastra.
−Nooooo, ya te he dicho que no. Ni árboles, ni bolas, ni estrellas −casi puedo intuir cómo reprime un leve soplido−. Y por supuesto que no puedes alquilar renos.
−Pero Jefe…
−!No¡ Solo a ti se te podría ocurrir semejante majadería. ¡Traer renos a Suiza! Hola querida –me saluda levantándose de su sillón tras la amplísima mesa de caoba. Cualquier persona tomaría este gesto como una invitación a abandonar el despacho, pero Ever no, su cerebro no funciona como el del resto de los mortales, en este caso como el del resto de los inmortales, o cualquier otro ser con capacidad de raciocinio.
−Hola querido… ¿Muy ocupado? −le beso fugazmente mientras espero que Ever decida dejarnos solos, pero parece reticente, me encojo de hombros y miro a Marco quien debe estar a punto de ordenar que se largue, así que sin darle más opción a nada tomo su mano y tiro ligeramente de él−. Me temo que tendrás que dejar lo que sea que estuvieras haciendo. ¡Nos vamos a Londres! −y no puedo evitar mirar a Ever, que parece no tenga intención de irse aún.
−Pero… −parece iniciar una fingida protesta que no estoy dispuesta a aceptar.
−Sin excusas… Está todo preparado −digo con firmeza. Me encanta haber podido pillarle desprevenido. Ever hace ademán de levantarse e intervenir, pero Marco la ataja.
−Ever ¡no quiero oírte!
Salimos del despacho a la vez, Ever lo hace iniciando una alocada carrera en dirección al ala sur del castillo, Marco parece a punto de protestar por la forma de proceder de Ever, cuando debe haberlo pensado mejor y acaba por hacer un gesto de resignación elevando levemente ambos hombros, mientras niega despacio con un movimiento de cabeza.
−Lo sé querido, te entiendo..−. y tiro de su mano pare evitar que suba la escalera hacia la planta superior−. No, ya te he dicho que lo tenía todo preparado.
−Pero mis…
−Tus cosas también están preparadas −me cuelgo de su brazo mientras descendemos los escalones que nos llevan directamente al garaje−. Tu cartera, tu móvil…, no te preocupes no he olvidado nada.
−Creo que empieza a gustarme esto de que me secuestres −asegura mientras subimos a la parte trasera del coche que nos llevará al aeropuerto.
Sonrío feliz, en unas horas estaremos solos, completamente solos, lejos de la Fortaleza, de las obligaciones, de las normas y de cualquier otro ser vivo o muerto.
EVER
Corro por el pasillo después de abandonar el despacho de Marco, ha sido reticente a todas mis brillantes ideas, bueno en realidad sería más acertado decir que las ha rechazado todas, es peor que el Ghinch. Pero Londres en Navidad tiene que ser una pasada. Entro rápidamente en la habitación, ni tan siquiera reparo en que él está dentro, sentado en la cama, lee un libro.
−¿Te has confundido de alcoba?
−Mmmmmm −mira a su alrededor con cara de fingida sorpresa−. Ya decía yo que esto estaba muy desordenado.
−No es desorden, es un sistema alternativo de almacenamiento de cosas.
No puede evitar soltar una carcajada cuando lanza el libro a un lado y me sorprende cogiéndome en volandas, besando la punta de mi nariz. Esos arranques amorosos que solo podemos permitirnos de puertas hacia dentro, ya que para todo el mundo no somos nada y nada es lo que hay entre nosotros.
−Aless nos ha invitado a ir a Londres.
−¿Qué? ¿Para qué?
−Pues para celebrar la Navidad, tonto.
−¿En serio? −parece dudar.
−Claro, me ha dicho «venga nos vamos a Londres», y que lo tenía todo preparado.
−Pero…
−¿Qué?
−Yo pensaba en quedarnos aquí… −su mano se cuela bajo mi camiseta−. Tú y yo… solos… −sus labios besan la curva de mi cuello, haciendo que se me erice la piel.
−Peroooo… ¡¡Es Navidad!!, podemos follar cada día del año… Navidad es para pasarlo en familia… ¡Venga! ¡Será divertido! ¡Comeremos turrón!
−Estás loca −y su mano palmea con fuerza mi culo antes de tirar de mí hacia él.
−Soy una loca entrañable…
Salto de su regazo, donde me ha acomodado abro el armario y tiro el petate al suelo, un par de vaqueros limpios, un jersey de lana rojo, algo de ropa interior… Huelo disimuladamente la camiseta que llevo, podemos aceptarla por limpia. Me miro en el espejo del baño, por el reflejo puedo ver cómo Step sonríe. Recojo mi pelo en una coleta y después lo enrosco todo para terminar convirtiéndolo en un moño desenfadado.
Él siempre tiene su petate listo para partir, así que en pocos minutos estamos camino del aeropuerto, mientras Step conduce por las serpenteantes carreteras heladas yo ya he comprado dos billetes en el siguiente vuelo a Londres, eso de no tener que vivir preocupado de que final de mes sea el día 10 de cada mes es un lujo al que no cuesta nada acostumbrarse. Subo el volumen de la radio para dejar de escuchar las protestas de mi compañero, que no entiende por qué si nos han invitado a Londres no nos han esperado para ir todos juntos y parece mostrar «cierta reticencia» a mi plan.
−¡Oh! venga Step, se habrán ido para preparar la casa para cuando lleguemos.
−¿Puedes quitarte eso de la cabeza?
−¿¿¿Mi gorrito de Elfo??? ¿¿¿Por qué??? ¿No te gusta? −empiezo a torcer la boca en un puchero−. ¿No te gusta mi gorrito de elfo?
Sonríe, mientras pasa la mano por su cabeza.
−Estás preciosa nena, me encanta.
−Así me gusta.
Ahora soy yo quien sonríe satisfecha. Le miro de reojo, con la vista puesta en la carretera, vamos a pasar una gran Navidad, mucho mejor que la anterior, entre barro y neófitos amarillos intentando darnos caza. Y va a ser nuestra primera navidad juntos… juntos de… estar juntos. No puedo evitar que una tonta sonrisa vuelva a asomar a mis labios, y el pensamiento de que le amo se queda infinitamente corto, después de todo lo que hemos pasado, tras caminar por un laberinto hasta por fin dar con él, esperando en el centro.
Londres nos recibe húmeda, con niebla, misteriosa, casi tétrica, pero no blanca. Camino arrastrando mi petate dos pasos por detrás de Step, que ha puesto la directa dirección a la parada de taxis. Yo miro alrededor, ¿dónde está la nieve? No puedo creer que no haya nevado en Londres, es un sin sentido, irse de las montañas blancas de Suiza para pasar la Navidad en un sitio sin su mágica capa blanca, sin esos copos perfectos danzando suspendidos en el aire hasta caer al suelo…
−Señora −digo agarrando a la mujer de mi lado por el brazo−. ¿Y la nieve?
−Este año aún no ha nevado chiquilla.
−No me jodas, ¿en serio…?
−¡Ever! −Step aparece de pronto−. Lo lamento −y obliga a que mi mano suelte la chaqueta de la mujer que prosigue su camino−. ¿Qué pasa ahora?
−Step… no hay nieve.
−¿Y…?
−Qué es Navidad… Tiene que haber nieve.
−Pues nena… no hay −resopla, abre la puerta del taxi y me cede el paso.
−¡¡Pero yo quiero nieve!!!
−Ever… −Step le indica al taxista la dirección−. Cariño, lo siento… No hay nieve, pero te lo pasarás bien de igual modo.
−Quiero nieve… −susurro−. Stephano quiero nieve… Haz que nieve.
Al menos espero que Aless tenga árbol de navidad para poder poner los regalos debajo.
MARCO
Es un misterio navideño. ¿Qué esconde Alessandra bajo el batín? Me lo llevo preguntado desde que la he visto descender por las escaleras, mientras yo encendía la chimenea, ella ha ido a «ponerse cómoda» y ahora el que está incómodo soy yo, porque no hay nada más perverso que aquello que la mente de un macho enfermo pueda imaginar. Pero parece que no está dispuesta a desvelar dicho secreto, debe ser el mejor guardado de todo el Reino Unido, y a pesar de que he intentado tirar del fajín de su bata de seda, la muy ladina todas las veces ha sido más rápida que yo.
−Necesitamos vino
−Tenemos vino −digo saliendo de la cocina con una botella de Richebourg Gran Cru en una mano y dos copas en la otra.
−Me encanta el invierno, el frío, el fuego…
−Los polvos en la alfombra –termino la frase por ella.
−Los polvos en la alfombra −confirma pícara.
La tarde ha caído rápida, dando paso a una noche estrellada, solo a la luz del fuego, tumbados sobre el mullido tapiz, bebiendo vino y riendo con la camarería que solo dos seres como nosotros podemos alcanzar. Mi mano ya se ha adentrado entre las filas enemigas, sorteando el primer obstáculo, tomando posiciones en primera línea de fuego, a punto de alcanzar el objetivo fijado en la misión, solo quedan unos pocos centímetros para que la humedad de su sexo empape mi mano, cuando el sonido de un coche hace que por un segundo deje de prestar atención a mi avanzadilla, un frenazo, un olor, unas voces familiares, y de pronto unos nudillos golpeando la puerta.
−¡No puede ser! −exclama Aless, de tener que hablar yo sería sin duda algo más blasfemo lo que hubiera salido de mis labios−. ¿Marco? ¿Qué hacen aquí?
Me va a encantar averiguarlo, pienso al levantarme, me acomodo la entrepierna, pues la dureza de mi miembro es más que evidente. Tiro de la puerta, por un momento creo haberla arrancado, frente a ella, bajo el manto estrellado que se ha formado en la noche, Ever sonríe divertida con un gorro verde y rojo que mueve haciendo sonar unas estridentes campanitas. Detrás de ella Stephano con unos cuernos de reno en la mano, con ese rictus de estatua de mármol grabado en el rostro.
−¡Feliz Navidad! −grita esa especie de elfo del infierno y de pronto estampa un beso en mi mejilla.
−Pero qué cojones…
−Gracias por invitarnos −canturrea de nuevo.
−¡MARCO! −el enfado de Aless se hace patente.
−¿Qué? Yo no…
Creo que he muerto y estoy en el infierno. Ever entra en la casa, las campanitas suenan al ritmo de sus saltitos, cortos y continuos, Stephano muestra algo más de reticencia pero finalmente se adentra en el hall, dejando los dos petates al lado de la puerta.
−Ever −Stephano coge la mano de esa vampielfo y tira de ella−. Creo que es una fiesta privada.
−¡Pero si Aless me invitó!
−¡ALESS! −ahora soy yo quien la mira incrédulo.
−¿Yo? ¡No!
−¿Y el árbol? ¿Dónde está el árbol? Ooohhhhh ¿y los adornos?, pero… ¿Qué clase de fiesta navideña es esta?
−¡¡¡¡NO ES UNA FIESTA!!!! −grito
−Ever venga −Stephano parece azorado−. Vamos…
−Joooooooo, pe… pe… pero ella dijo que… Y es navidad, tiempo de estar en familia… Y no hay nieve, ni adornos, ni… ni… ni…. −y se desploma en el suelo.
−¿Estás llorando? −no puedo creerlo, esto es surrealista−. Aless haz algo…
−Ever, cariño… −Aless se arrodilla a su lado.
−Marco lo lamento…
−¡Calla! −espeto cortando a Stephano−. Esto no puede ser real.
−Marco querido… −la voz de Aless, ese tono de voz…
−NO −mi negativa surge antes que la petición.
−Pero…
−No, no, no y mil veces no…
Aless alza la mirada, una mirada que conozco demasiado bien, Ever esconde su rostro entre sus manos, unos ruiditos cortos y secos escapan de su garganta, Aless se levanta y pone su mano en mi antebrazo, y ya sé que va a ocurrir a continuación antes de que suceda.
−Podéis acomodaros en la habitación del fondo −y esas palabras se clavan en mis tímpanos, perforándolos, como agujas candentes−. Supongo que no será inconveniente que compartáis estancia, ¿verdad?
Creo intuir que Stephano niega con la cabeza, el rostro de Alessandra se esfuerza por esbozar una gran sonrisa, y de pronto esa mocosa hace descender sus manos, alzando levemente su rostro, sus ojos se clavan en los míos, y sonríe. Sonríe de manera maliciosa, sabiendo que ha logrado con su pataleta lo que quería, estoy a punto de replicar cuando vuelve a esconder su cara, justo antes de que Aless se voltee para ayudarla a levantarse.
−Pe… pero… −tartamudeo absurdo−. No me lo puedo creer…
−Marcooooo… −susurra la muy hija de… − ¿Podríamos tener un árbol?
STEPHANO
La mataré, juro que un día la mataré, la amo más que a mi vida, pero a menudo me pregunto por qué no le hago más caso a mi instinto que a sus propuestas. Me había asegurado que Alessandra nos había invitado a pasar juntos las Navidades en Londres, ya me resultó casi imposible de creer cuando me aseguró que la propia Alessandra se lo había comentado, además cuando tras insistir en que me repitiera exactamente qué le había dicho Alessandra no añadiera a la explicación que la hubiera coaccionado o chantajeado de algún modo, o que le hubiera arrancado la invitación apuntándole a la sien con un arma de fuego, y aunque hubiera sido más factible tomar por cierta la noticia de que había nevado en el desierto, Ever se mostró tan entusiasmada que me convenció de que mis reticencias a creerla simplemente debían ser prejuicios.
Volví a dudar de que quizás Ever hubiera entendido mal eso de la invitación a Londres cuando al llegar al aeropuerto nos informaron que hacía media hora que el avión había despegado, y que ella ya tuviera comprados billetes. Incluso di por buena la explicación de mi chica sobre la necesidad de que Marco y Alessandra se hubieran adelantado para preparar la casa, en realidad era una explicación bastante coherente dado que la misma llevaba meses cerrada, pero lo que no daba lugar a error había sido la cara de Marco al abrir la puerta y encontrarnos a Ever y a mí tras ella. Descalzo, con la camisa por fuera de sus pantalones, sin corbata ni americana, una copa de vino en la mano y esa mirada que de ser cuchillos nos hubiera atravesado por completo nuestro inerte corazón. No, estaba absolutamente claro que ni en mil millones de años era precisamente a nosotros a quienes esperaran en esos momentos, aunque sería más justo decir que para ser fieles a la verdad Marco en esos momentos no esperaba absolutamente a nadie.
Juro que preferiría haber borrado de mi memoria los últimos quince minutos… ¿He dicho ya que la mataré?, aunque no sé por qué engañarme pues está claro que ya no podría vivir sin ella, en mi larguísima existencia no he sentido nunca bochorno semejante, he perdido la cuenta de las veces que me he disculpado con Marco, y con Alessandra, bueno en realidad con ambos. No entiendo cómo…
Dejo los petates y esos ridículos cuernos de reno, sobre la cama, en la habitación que me ha indicado Alessandra, en la planta baja, al lado de la biblioteca, es una habitación amplia y con salida a un pequeño jardín, apago mi cigarrillo en uno de los ceniceros cuando la puerta de abre y aparece mi chica todavía con esa especie de gorro de Elfo sobre la cabeza, y su cara muestra esa expresión que tan bien conozco de no haber roto nunca un plato.
−Nena, sabes que te quiero pero… por Satanás ¡¿Cuándo dejarás de liarla?!
−Pero Step, te juro que Aless nos invitó.
−Lo, cariño ¿pero no has visto su cara?, ¡Está claro que no nos esperaban!
−Ohh eso es porque Aless debe ser bipolar, ella me invitó, verás como dentro de un rato estará encantada de que estemos todos juntos…. ¡Pero si es Navidad!
−Bueno…. si tú lo dices −pero no estoy nada convencido y menos de que Marco esté tan encantado de cambiar lo que parecía una velada romántica por… No, estoy seguro de que Marco no opinará lo mismo, y pensándolo bien tampoco creo Alessandra lo haga.
Volvemos al salón, parece que Marco y Alessandra están hablando en susurros, no alcanzo a escuchar lo que comentaban pero parece que ella le ha convencido, la cara de Marco muestra algo parecido a la resignación.
−Disculpad nuestro recibimiento… −Alessandra, se adelanta y toma la palabra−. Está claro que debido a algún malentendido no hemos resultado los mejores anfitriones… Así, que espero que os sintáis como en casa y estaremos encantados de pasar las Navidades con vosotros, ¿verdad, Marco? −se gira hacia él y parece hacerle un gesto con la cabeza como para animarle a intervenir−. ¿Marco?
−Sí desde luego… Claro, encantados… −casi refunfuña.
−¿Lo ves Step? −por un momento creo que Ever se pondrá a palmotear de alegría−. ¿Ves como tenía razón? −Marco parece estar a punto de interrumpirla cuando Alessandra tira ligeramente de su manga.
−Ever nena…
−Pero… está bien –se conforma y vuelve a poner esa cara de no haber roto nunca un plato.
−Si me perdonáis, iré arriba a cambiarme −dice Alessandra mientras se ajusta el batín que lleva puesto, Marco la mira y su cara de resignación parece aumentar por momentos.
−Sí claro, claro… −alcanzo a decir mientras inclino levemente mi cabeza.
−Ever… −Alessandra se detiene y eleva la voz sobre su hombro justo cuando inicia el ascenso hacia la planta superior, y por un momento me temo que vaya a cambiar de opinión y decida enviar a Ever a Siberia o a cualquier otro destino similar y cuando estoy a punto de interrumpirla para decir que será mejor que nos vayamos, veo cómo se amplía la sonrisa en su cara−. Si quieres subir conmigo recuerdo que en algún sitio tengo una caja con todos los adornos navideños, hace años que no los he sacado del armario.
−Ohhhh síiiiiiii −exclama Ever, y esta vez sí palmotea− Me encantará ayudarte a buscarlos.
MARCO
Veo como ambas suben escaleras arriba, va a cambiarse de ropa, y el misterio de qué hay bajo el batín va a continuar siendo eso, un misterio, aunque espero que por poco tiempo, no sé qué planes malvados tiene esa vampira con cara de muñeca, pero deseo que sean quedarse solo un par de días, tres a lo sumo, y por supuesto que estén fuera para fin de año.
−¿Te relleno la copa? −Stephano parece querer hacerse perdonar−. De verdad que lo lamento.
−No lo entiendo, llevo contigo muchos siglos, y no entiendo qué has podido ver en ella, es como un cáncer, un veneno, una MAREA NEGRA que se extiende poco a poco y va contaminando todo a su alrededor.
−¿Una marea negra…? −murmura entre dientes.
Vuelca más vino en la copa que sostengo y después hace lo mismo en una limpia, resta en silencio, su rostro ha trasmutado, a una expresión que me cuesta identificar. Arriba se escuchan ruidos, algo cae al suelo y de pronto unas risas sinceras y refrescantes inundan la casa. Cuando la veo descender, con unos simples vaqueros, un jersey de lana y el pelo recogido sobre su cabeza en un moño me parece simplemente preciosa. Lleva una sonrisa tatuada en su rostro, que se amplía cuando saca del interior de la caja que ha dejado en el suelo, una bola de cristal de tono azulado.
−Eran de mi abuela −la hace girar entre sus dedos−. Hacía siglos que los tenía olvidados.
−Uuuuuauuuuuuu −Ever grita a su lado admirando el reflejo de las llamas sobre el ovalado cristal−. ¡¡¡Son preciosos!!!
−De niña me encantaba la Navidad −y de nuevo esa dulce sonrisa, y un destello en sus ojos escarlata.
Ever salta de alegría, se lanza contra Aless y le da un beso. Ambas ríen, cuando empiezan a colgar los adornos. Miro a Stephano, como siempre permanece a un lado y mira la escena como lo hago yo, mientras sorbe el vino pausadamente. Sigo mirando a las chicas, ahora Aless parece susurrarle algo a Ever al oído y ésta estalla en una carcajada. Me acerco a Stephano, pongo la mano sobre su hombro, puede que empiece a entenderlo, sí, es una marea, contamina todo a su alrededor, aunque puede que sea de alegría y locura, algo de lo que a veces, nosotros carecemos, hemos perdido esa magia con el paso de los siglos, y Ever, parece mantenerla intacta. Somos hijos de la noche, pero ahí estamos, a punto de celebrar la Navidad. De nuevo ambas ríen, y no puedo evitar sonreír yo también.
−Creo que empiezo a entenderte muchacho.
Stephano asiente con un leve gesto de su cabeza, parece que esas simples palabras le hayan reconfortado algo, hasta un atisbo de sonrisa se muestra en sus labios antes de cubrirlos de nuevo con la copa.
−Marco… −Alessandra está sobre el sofá con algo entre las manos−. ¿Puedes sujetarlo, por favor?
−Claro querida. −suelto mi copa sobre la mesa.
Poco a poco la casa va tomando otra forma, otro aire, Stephano aviva el fuego, mientras ellas terminan de colgar unas estrellas doradas sobre el marco de la ventana. Alessandra mira a su alrededor satisfecha, sus ojos brillan. No era la velada que tenía planeada, por Satanás que no lo es, a esas horas esperaba estar haciéndole el amor de manera desenfrenada, sobre la alfombra, en el sofá, un polvo duro contra la encimera, en mi mente había imaginado una Navidad rojo pasión, y sin embargo…
−Marco −Ever susurra a mi lado−. ¿Eres consciente que estás sonriendo?
−¿Yo? NO. −Ever suelta una carcajada ante mi cara de estupefacción.
−Es una pena no tener árbol.
−El año que viene no se me olvidará −Aless se acerca a nosotros.
−¿El año que viene? −articulo con dificultad, ambas me miran−. No…
−resoplo−. El año que viene tendréis vuestro propio árbol –añado mirando a Stephano.
Pienso en el regalo para Alessandra, en el bolsillo de mi americana, esa vieja moneda de la suerte, la misma por la cual el destino casi me arrebató a mi amada, ahora convertida en una preciosa gargantilla, con cordón de oro blanco y engarzada con pequeños diamantes. Estoy seguro que le va a encantar.
ALESSANDRA
Tomo a Marco del brazo e inspiro con fuerza la sensación de calor que me produce, mientras continúa asegurando que el año que viene les dará vacaciones antes de tiempo, les enviará de misión a la Patagonia o les hará repasar la contabilidad de la Fortaleza desde el origen de los tiempos, Ever protesta divertida asegurando que no sabe contar, Stephano está a punto de atragantarse y aparta su copa de los labios, yo no puedo más que sonreír cuando me pongo de puntillas para susurrar en el oído de Marco.
−Todavía llevo puesto tu regalo −nuestras miradas se encuentran un par de segundos mientras sonríe complacido.
−Puede que esto de la Navidad no esté tan mal −asegura acercándose al mueble bar de dónde saca otra botella de vino−. Pero tampoco hace falta abusar.
−Marco si quieres yo… −se ofrece Stephano a abrir la nueva botella de borgoña.
−Déjalo Stephano, yo lo haré −asegura Marco descapsulándola−. Además no te preocupes muchacho que Aless ya te ha perdonado.
−Yo, esto… − Stephano parece a punto de atragantarse de nuevo.
−Marcooooo −insto a que deje de tomarle el pelo.
−Vamos Stephano relájate que solo estaba bromeando.
−Aless… − la voz de Ever a mi espalda suena contenida, como emocionada, cuando vuelvo la cabeza la veo con una de las cajas abierta, una pequeña de color granate, que ni siquiera recordaba, en sus manos sostiene una estrella de fino cristal, reluce y lanza destellos de plata bajo la luz blanquecina del salón, es la estrella que solía colocar mi abuelo en la parte superior del árbol de navidad cuando era tan solo una niña, no la había vuelvo a sacar de su caja desde que él murió−. Es preciosa… −dice extasiada.
−Sí, sí que lo es −confirmo acercándome a ella y cogiendo por el soporte de plata la estrella que me ofrece con sumo cuidado−. Pero…
−¡No tenemos árbol! −se queja con un tinte de verdadera pena en su voz, por una milésima de segundo pienso en que tiene el mismo aspecto de esa hermana pequeña que me hubiera gustado tener pero que nunca tuve y que por tanto nunca pude echar de menos−. Jooooo una Navidad sin árbol y sin nieve…
Creo que tan solo transcurren un par de minutos, quizás alguno más cuando Stephano desaparece y vuelve a aparecer en nuestro salón con un imponente abeto. Marco resopla, pero más parece un gesto de alivio que de verdadera molestia y Ever se pone en pie y mira a ese tipo, que más parece un témpano de hielo que un vampiro, con una mirada tan cálida y llena de amor que por un momento pienso que si sigue mirándole así corra el peligro de que vaya a derretirle. Intercambio una mirada cómplice con Marco, sé que esta no es la velada que había imaginado desde el momento que le indiqué que veníamos a Londres, pero también sé que la expresión de sus ojos es de satisfacción y aunque no lo reconocerá nunca, a mí no puede engañarme, y en el fondo está encantado con lo que está sucediendo. Me acerco a Stephano mientras Ever se encuentra abriendo nuevas cajas, las que vienen con la etiqueta de «adornos del árbol» y parece una niña abriendo sus regalos el día de Navidad.
−Stephano, pero ¿de dónde…? −hago una pausa sin acertar a adivinar de dónde puede haber sacado el árbol con tanta rapidez.
−Bueno, espero que los jardineros del parque de aquí al lado no lo echen de menos..−. me guiña un ojo y creo que por primera vez desde que aparecieron hace unas horas le veo realmente relajado.
−Me alegro de que estéis aquí −y creo que no he sido más sincera en mi vida.
−Yo Alessandra, lo lamento, sabes que… Bueno ella… No…
−Stephano −le interrumpo−. De veras, me alegro de que estés aquí, y lamento no haber sido yo quien tuviera la iniciativa de invitaros.
−No, pero tú no… Quiero decir, que Marco no…, esto…
−Shhhhhh, ni una palabra más −le indico con seriedad−. Stephano te agradezco que siempre estés a su lado −susurro mientras miro a Marco por un momento−. Creo que eres, sois −rectifico mirando hacia Ever−. Lo más parecido a una familia que ha… −rectifico de nuevo mientras sonrío y pongo la mano en su antebrazo−. que hemos tenido nunca.
No hace falta que le dé las gracias, creo que mi mirada se lo dice todo, y lo confirma la suave presión de mi mano sobre su brazo de acero, Stephano simplemente hace una ligera inclinación de cabeza mientras su mirada se pierde en esa melena morena que ahora, de puntillas, le está pidiendo a Marco que ponga uno de los adornos en una de las ramas más altas. Mi mirada también se pierde en esa imagen que se graba en mi retina, la de Marco sosteniendo un ángel de plata y fijándolo en una se las ramas superiores de ese abeto imponente que domina nuestro salón.
EVER
Aparece de pronto con un enorme abeto, huele a resina y a hierba verde, a naturaleza, huele a amor, a ese amor absurdo e irracional que siento hacia ese tipo que esboza una leve sonrisa cuando me ve feliz. Ahora sí es una Navidad completa, con mi nueva familia, y ya no me siento sola. Alessandra cuelga una delicada figurita en una de las ramas, y yo hago lo mismo en otro lado, colgando un bonito lazo rojo. Marco se sienta en una de las butacas, y sonríe satisfecho, mira embelesado a Aless que le devuelve una mirada cargada de significado, como queriéndole decir que cuando se queden solos, lo va a devorar, pobres ilusos, no saben que eso se va a demorar bastante, pues no tengo intención de marcharme por el momento.
−Tengo algo para vosotros −canturreo de pronto.
−¿Regalos? −Aless parece sorprendida.
Salgo corriendo hacia el final del pasillo y vuelvo a salir con sus respectivos paquetitos, Marco y Aless se han ausentado, Step espera al lado del árbol, admirándolo, verdaderamente nos ha quedado precioso. Me acerco dando saltitos, de nuevo con mi gorrito de elfo, haciendo bailar los cascabeles de la punta.
−Marco ha ido a darle su regalo a Aless.
−Esto es para tí. −digo alzando la cajita.
−Nena, yo no…
−No pasa nada, ¡¡ábrelo venga!!
−Te quiero −susurra haciendo ceder el lazo.
Dentro de la caja, mi llavero de margarita, el mismo que me regaló hace un tiempo, con una pequeña nota «ya es hora de poner llave a este llavero». Recuerdo el día en que me lo dio, me dijo que hasta que yo pudiera comprarme uno o confiara suficientemente en él como para saber que no lo hacía buscando nada a cambio. Le sonrío. Me sonríe con complicidad. Aless y Marco aparecen por la puerta de la cocina, algo brilla en el cuello de ella, sus manos entrelazadas y una sonrisa tonta en los labios.
−¿Qué es? −pregunta ella curiosa acercándose a nosotros−. ¿Tu regalo para Stephano es hacer que él te compre un coche?
−Y sin duda −dice él clavando sus ojos en mí−. Es el mejor regalo que me han hecho jamás.
Me cuelgo de su brazo y alzándome de puntillas beso su mejilla, me encantaría decirle que le quiero, pero no hace falta, él lo sabe.
−Vaaa Marco… no te pongas celoso que también tengo algo para ti, bueno, es para los dos.
−Vaya, gracias −dice abriendo el sobre−. Esto es… es…. es el mejor regalo que podías hacernos.
Marco muestra el talonario de «momentos sin Ever», cien tiquets que podrá canjear por momentos sin mí, no creo que le duren más allá de unos meses.
−Lee la letra pequeña eeeeeeehh entran en vigor en Enero, así que… no puedes usarlos ahora −le advierto−. Qué crees, ¿qué me arriesgaría a que los utilizaras justo ahora?
Aless estalla en una carcajada, Marco sonríe, y yo me siento inmensamente feliz, y de pronto algo capta mi atención, Stephano al lado de la ventana mira absorto hacia la calle, donde una fina capa blanca ha empezado a tapar el asfalto. Los copos de nieve danzan al son del aire que los mece. Está nevando. Es Navidad, y está nevando. Me acerco a la ventana, los cristales empiezan a empañarse, enredo mi mano a la suya y le miro de reojo. Sonríe.
−Gracias −susurro−. Has conseguido que nieve. Te quiero.