Retomamos el hilo

Llevamos un tiempo de desconexión, y eso no puede ser. Tenemos el blog muy abandonado, la verdad es que no tenemos alma de Bloguers, eso está claro.

Hago esta entrada con el firme propósito de prometerme y prometer a quien me lea (¿me leerá alguien?) que voy a actualizar el blog al menos 2 veces al mes… (vayaaaaaa propósito, te has herniado eeeehhhh) jajaja bueno soy sincera y realista en todas las facetas de mi vida (miento, a mis 31 años sigo soñando con ser actriz, princesa, modelo y cosas de esas tan realistas) en fin, locuras a parte, intentaré actualizar esto cada 15 días, haciendo entradas sobre todo de Tempestades , ya que cuando sacamos a la venta Océanos de Oscuridadestábamos a full por aquí, pero Tempestades parece que quedó colgado… y cómo no, para empezar a adelantar cositas de…

Abismos de Tiempo, tercer libro y punto y final de la trilogía. Libro que está muy avanzado, dándole las últimas correcciones.

Pues eso, que me he hecho un propósito de marzo (porque para el de enero llego 3 meses tarde).

 

 

¡Un mordisco a quien me lea!

Por cierto, para que no me dé la sensación de hablar sola y de estar más loca de lo que estoy, dejad un comentario hombre, que no cuesta nada.

 

Cantar de los hijos de la noche

ALESSANDRA

Termino de acomodar la inconfundible caja a rayas rosa y fucsia de Victoria´s Secret dentro de la maleta y coloco sobre ella una de las camisas de Marco. No puedo evitar que una pícara sonrisa asome a mis labios imaginando su cara cuando le muestre su regalo. Miro a mi alrededor para comprobar que no he olvidado nada, cierro las hebillas y paseo la palma de mi mano por la superficie de piel, adoro el tacto y el olor de esas viejas maletas de Louis Vuitton.

Ajusto las medias a mis muslos eliminando una arruga inexistente mientras ciño el vestido a mis caderas, me acerco al tocador y me miro al espejo, compruebo que el suave tejido se adapta a mi cuerpo como un guante, le sienta bien el color negro a mi pálida piel, y el gloss de intensísimo color escarlata hace que mis labios resulten deliciosamente apetecibles. Suelto una carcajada, creo que esas fueron exactamente las palabras que usó Marco la primera vez que lo borró de mis labios con sus besos.

Descuelgo el teléfono interno y llamo a Brigitta.

−Sí −respondo a su pregunta de si ya está todo preparado−. Gracias Brigitta por mantener a Marco ocupado.
−Entonces… ¿No sospecha nada? −casi puedo adivinar su sonrisa tras el aparato.
−No, creo que va a ser la primera vez que logro sorprenderle. Brigitta…
−Sí, señora, me ocuparé de que lleven el equipaje al coche. Paul también está preparado.
−Gracias Brigitta −me despido antes de colgar el teléfono y salir de la habitación.

Recorro con parsimonia esos largos corredores ahora desiertos, la frialdad de esas piedras milenarias que componen los robustos muros resulta casi reconfortante, atravieso un par de amplísimos salones hasta llegar a la majestuosa escalera de mármol y desciendo a la primera planta. El silencio resultaría casi ensordecedor sino estuviera roto por el sonido del repiqueteo que producen mis altísimos tacones sobre el suelo mientras continúo avanzando. Solo me cruzo con un par de silenciosas doncellas que, tras detenerse unos instantes y hacer una leve inclinación de cabeza, continúan con presteza en dirección a nuestras habitaciones, sonrío de nuevo mientras mis ojos se desvían un instante, a través de uno de los amplios ventanales, a la cima de esas altas montañas que aparecen mucho más blancas de lo que lucen habitualmente.

Antes de llegar hasta su puerta sé que no está solo, incluso desde la distancia soy capaz de notar ese casi imperceptible tono de paciencia que está imprimiendo a su voz, y aunque no hubiera podido identificar el aroma a flores de su acompañante, ese ínfimo detalle sobre el timbre empleado en su voz hubiera sido pista suficiente para adivinar que está hablando con Ever. La negativa parece tajante, pero también percibo que está de buen humor.
Antes de abrir la puerta sin anunciar mi presencia alcanzo a escuchar la última frase que Marco arrastra.

−Nooooo, ya te he dicho que no. Ni árboles, ni bolas, ni estrellas −casi puedo intuir cómo reprime un leve soplido−. Y por supuesto que no puedes alquilar renos.
−Pero Jefe…
−!No¡ Solo a ti se te podría ocurrir semejante majadería. ¡Traer renos a Suiza! Hola querida –me saluda levantándose de su sillón tras la amplísima mesa de caoba. Cualquier persona tomaría este gesto como una invitación a abandonar el despacho, pero Ever no, su cerebro no funciona como el del resto de los mortales, en este caso como el del resto de los inmortales, o cualquier otro ser con capacidad de raciocinio.
−Hola querido… ¿Muy ocupado? −le beso fugazmente mientras espero que Ever decida dejarnos solos, pero parece reticente, me encojo de hombros y miro a Marco quien debe estar a punto de ordenar que se largue, así que sin darle más opción a nada tomo su mano y tiro ligeramente de él−. Me temo que tendrás que dejar lo que sea que estuvieras haciendo. ¡Nos vamos a Londres! −y no puedo evitar mirar a Ever, que parece no tenga intención de irse aún.
−Pero… −parece iniciar una fingida protesta que no estoy dispuesta a aceptar.
−Sin excusas… Está todo preparado −digo con firmeza. Me encanta haber podido pillarle desprevenido. Ever hace ademán de levantarse e intervenir, pero Marco la ataja.
−Ever ¡no quiero oírte!

Salimos del despacho a la vez, Ever lo hace iniciando una alocada carrera en dirección al ala sur del castillo, Marco parece a punto de protestar por la forma de proceder de Ever, cuando debe haberlo pensado mejor y acaba por hacer un gesto de resignación elevando levemente ambos hombros, mientras niega despacio con un movimiento de cabeza.

−Lo sé querido, te entiendo..−. y tiro de su mano pare evitar que suba la escalera hacia la planta superior−. No, ya te he dicho que lo tenía todo preparado.
−Pero mis…
−Tus cosas también están preparadas −me cuelgo de su brazo mientras descendemos los escalones que nos llevan directamente al garaje−. Tu cartera, tu móvil…, no te preocupes no he olvidado nada.
−Creo que empieza a gustarme esto de que me secuestres −asegura mientras subimos a la parte trasera del coche que nos llevará al aeropuerto.

Sonrío feliz, en unas horas estaremos solos, completamente solos, lejos de la Fortaleza, de las obligaciones, de las normas y de cualquier otro ser vivo o muerto.

EVER

Corro por el pasillo después de abandonar el despacho de Marco, ha sido reticente a todas mis brillantes ideas, bueno en realidad sería más acertado decir que las ha rechazado todas, es peor que el Ghinch. Pero Londres en Navidad tiene que ser una pasada. Entro rápidamente en la habitación, ni tan siquiera reparo en que él está dentro, sentado en la cama, lee un libro.

−¿Te has confundido de alcoba?
−Mmmmmm −mira a su alrededor con cara de fingida sorpresa−. Ya decía yo que esto estaba muy desordenado.
−No es desorden, es un sistema alternativo de almacenamiento de cosas.

No puede evitar soltar una carcajada cuando lanza el libro a un lado y me sorprende cogiéndome en volandas, besando la punta de mi nariz. Esos arranques amorosos que solo podemos permitirnos de puertas hacia dentro, ya que para todo el mundo no somos nada y nada es lo que hay entre nosotros.

−Aless nos ha invitado a ir a Londres.
−¿Qué? ¿Para qué?
−Pues para celebrar la Navidad, tonto.
−¿En serio? −parece dudar.
−Claro, me ha dicho «venga nos vamos a Londres», y que lo tenía todo preparado.
−Pero…
−¿Qué?
−Yo pensaba en quedarnos aquí… −su mano se cuela bajo mi camiseta−. Tú y yo… solos… −sus labios besan la curva de mi cuello, haciendo que se me erice la piel.
−Peroooo… ¡¡Es Navidad!!, podemos follar cada día del año… Navidad es para pasarlo en familia… ¡Venga! ¡Será divertido! ¡Comeremos turrón!
−Estás loca −y su mano palmea con fuerza mi culo antes de tirar de mí hacia él.
−Soy una loca entrañable…

Salto de su regazo, donde me ha acomodado abro el armario y tiro el petate al suelo, un par de vaqueros limpios, un jersey de lana rojo, algo de ropa interior… Huelo disimuladamente la camiseta que llevo, podemos aceptarla por limpia. Me miro en el espejo del baño, por el reflejo puedo ver cómo Step sonríe. Recojo mi pelo en una coleta y después lo enrosco todo para terminar convirtiéndolo en un moño desenfadado.
Él siempre tiene su petate listo para partir, así que en pocos minutos estamos camino del aeropuerto, mientras Step conduce por las serpenteantes carreteras heladas yo ya he comprado dos billetes en el siguiente vuelo a Londres, eso de no tener que vivir preocupado de que final de mes sea el día 10 de cada mes es un lujo al que no cuesta nada acostumbrarse. Subo el volumen de la radio para dejar de escuchar las protestas de mi compañero, que no entiende por qué si nos han invitado a Londres no nos han esperado para ir todos juntos y parece mostrar «cierta reticencia» a mi plan.

−¡Oh! venga Step, se habrán ido para preparar la casa para cuando lleguemos.
−¿Puedes quitarte eso de la cabeza?
−¿¿¿Mi gorrito de Elfo??? ¿¿¿Por qué??? ¿No te gusta? −empiezo a torcer la boca en un puchero−. ¿No te gusta mi gorrito de elfo?

Sonríe, mientras pasa la mano por su cabeza.

−Estás preciosa nena, me encanta.
−Así me gusta.

Ahora soy yo quien sonríe satisfecha. Le miro de reojo, con la vista puesta en la carretera, vamos a pasar una gran Navidad, mucho mejor que la anterior, entre barro y neófitos amarillos intentando darnos caza. Y va a ser nuestra primera navidad juntos… juntos de… estar juntos. No puedo evitar que una tonta sonrisa vuelva a asomar a mis labios, y el pensamiento de que le amo se queda infinitamente corto, después de todo lo que hemos pasado, tras caminar por un laberinto hasta por fin dar con él, esperando en el centro.
Londres nos recibe húmeda, con niebla, misteriosa, casi tétrica, pero no blanca. Camino arrastrando mi petate dos pasos por detrás de Step, que ha puesto la directa dirección a la parada de taxis. Yo miro alrededor, ¿dónde está la nieve? No puedo creer que no haya nevado en Londres, es un sin sentido, irse de las montañas blancas de Suiza para pasar la Navidad en un sitio sin su mágica capa blanca, sin esos copos perfectos danzando suspendidos en el aire hasta caer al suelo…

−Señora −digo agarrando a la mujer de mi lado por el brazo−. ¿Y la nieve?
−Este año aún no ha nevado chiquilla.
−No me jodas, ¿en serio…?
−¡Ever! −Step aparece de pronto−. Lo lamento −y obliga a que mi mano suelte la chaqueta de la mujer que prosigue su camino−. ¿Qué pasa ahora?
−Step… no hay nieve.
−¿Y…?
−Qué es Navidad… Tiene que haber nieve.
−Pues nena… no hay −resopla, abre la puerta del taxi y me cede el paso.
−¡¡Pero yo quiero nieve!!!
−Ever… −Step le indica al taxista la dirección−. Cariño, lo siento… No hay nieve, pero te lo pasarás bien de igual modo.
−Quiero nieve… −susurro−. Stephano quiero nieve… Haz que nieve.

Al menos espero que Aless tenga árbol de navidad para poder poner los regalos debajo.

MARCO

Es un misterio navideño. ¿Qué esconde Alessandra bajo el batín? Me lo llevo preguntado desde que la he visto descender por las escaleras, mientras yo encendía la chimenea, ella ha ido a «ponerse cómoda» y ahora el que está incómodo soy yo, porque no hay nada más perverso que aquello que la mente de un macho enfermo pueda imaginar. Pero parece que no está dispuesta a desvelar dicho secreto, debe ser el mejor guardado de todo el Reino Unido, y a pesar de que he intentado tirar del fajín de su bata de seda, la muy ladina todas las veces ha sido más rápida que yo.

−Necesitamos vino
−Tenemos vino −digo saliendo de la cocina con una botella de Richebourg Gran Cru en una mano y dos copas en la otra.
−Me encanta el invierno, el frío, el fuego…
−Los polvos en la alfombra –termino la frase por ella.
−Los polvos en la alfombra −confirma pícara.

La tarde ha caído rápida, dando paso a una noche estrellada, solo a la luz del fuego, tumbados sobre el mullido tapiz, bebiendo vino y riendo con la camarería que solo dos seres como nosotros podemos alcanzar. Mi mano ya se ha adentrado entre las filas enemigas, sorteando el primer obstáculo, tomando posiciones en primera línea de fuego, a punto de alcanzar el objetivo fijado en la misión, solo quedan unos pocos centímetros para que la humedad de su sexo empape mi mano, cuando el sonido de un coche hace que por un segundo deje de prestar atención a mi avanzadilla, un frenazo, un olor, unas voces familiares, y de pronto unos nudillos golpeando la puerta.

−¡No puede ser! −exclama Aless, de tener que hablar yo sería sin duda algo más blasfemo lo que hubiera salido de mis labios−. ¿Marco? ¿Qué hacen aquí?

Me va a encantar averiguarlo, pienso al levantarme, me acomodo la entrepierna, pues la dureza de mi miembro es más que evidente. Tiro de la puerta, por un momento creo haberla arrancado, frente a ella, bajo el manto estrellado que se ha formado en la noche, Ever sonríe divertida con un gorro verde y rojo que mueve haciendo sonar unas estridentes campanitas. Detrás de ella Stephano con unos cuernos de reno en la mano, con ese rictus de estatua de mármol grabado en el rostro.

−¡Feliz Navidad! −grita esa especie de elfo del infierno y de pronto estampa un beso en mi mejilla.
−Pero qué cojones…
−Gracias por invitarnos −canturrea de nuevo.
−¡MARCO! −el enfado de Aless se hace patente.
−¿Qué? Yo no…

Creo que he muerto y estoy en el infierno. Ever entra en la casa, las campanitas suenan al ritmo de sus saltitos, cortos y continuos, Stephano muestra algo más de reticencia pero finalmente se adentra en el hall, dejando los dos petates al lado de la puerta.

−Ever −Stephano coge la mano de esa vampielfo y tira de ella−. Creo que es una fiesta privada.
−¡Pero si Aless me invitó!
−¡ALESS! −ahora soy yo quien la mira incrédulo.
−¿Yo? ¡No!
−¿Y el árbol? ¿Dónde está el árbol? Ooohhhhh ¿y los adornos?, pero… ¿Qué clase de fiesta navideña es esta?
−¡¡¡¡NO ES UNA FIESTA!!!! −grito
−Ever venga −Stephano parece azorado−. Vamos…
−Joooooooo, pe… pe… pero ella dijo que… Y es navidad, tiempo de estar en familia… Y no hay nieve, ni adornos, ni… ni… ni…. −y se desploma en el suelo.
−¿Estás llorando? −no puedo creerlo, esto es surrealista−. Aless haz algo…
−Ever, cariño… −Aless se arrodilla a su lado.
−Marco lo lamento…
−¡Calla! −espeto cortando a Stephano−. Esto no puede ser real.
−Marco querido… −la voz de Aless, ese tono de voz…
−NO −mi negativa surge antes que la petición.
−Pero…
−No, no, no y mil veces no…

Aless alza la mirada, una mirada que conozco demasiado bien, Ever esconde su rostro entre sus manos, unos ruiditos cortos y secos escapan de su garganta, Aless se levanta y pone su mano en mi antebrazo, y ya sé que va a ocurrir a continuación antes de que suceda.

−Podéis acomodaros en la habitación del fondo −y esas palabras se clavan en mis tímpanos, perforándolos, como agujas candentes−. Supongo que no será inconveniente que compartáis estancia, ¿verdad?

Creo intuir que Stephano niega con la cabeza, el rostro de Alessandra se esfuerza por esbozar una gran sonrisa, y de pronto esa mocosa hace descender sus manos, alzando levemente su rostro, sus ojos se clavan en los míos, y sonríe. Sonríe de manera maliciosa, sabiendo que ha logrado con su pataleta lo que quería, estoy a punto de replicar cuando vuelve a esconder su cara, justo antes de que Aless se voltee para ayudarla a levantarse.

−Pe… pero… −tartamudeo absurdo−. No me lo puedo creer…
−Marcooooo… −susurra la muy hija de… − ¿Podríamos tener un árbol?

STEPHANO

La mataré, juro que un día la mataré, la amo más que a mi vida, pero a menudo me pregunto por qué no le hago más caso a mi instinto que a sus propuestas. Me había asegurado que Alessandra nos había invitado a pasar juntos las Navidades en Londres, ya me resultó casi imposible de creer cuando me aseguró que la propia Alessandra se lo había comentado, además cuando tras insistir en que me repitiera exactamente qué le había dicho Alessandra no añadiera a la explicación que la hubiera coaccionado o chantajeado de algún modo, o que le hubiera arrancado la invitación apuntándole a la sien con un arma de fuego, y aunque hubiera sido más factible tomar por cierta la noticia de que había nevado en el desierto, Ever se mostró tan entusiasmada que me convenció de que mis reticencias a creerla simplemente debían ser prejuicios.
Volví a dudar de que quizás Ever hubiera entendido mal eso de la invitación a Londres cuando al llegar al aeropuerto nos informaron que hacía media hora que el avión había despegado, y que ella ya tuviera comprados billetes. Incluso di por buena la explicación de mi chica sobre la necesidad de que Marco y Alessandra se hubieran adelantado para preparar la casa, en realidad era una explicación bastante coherente dado que la misma llevaba meses cerrada, pero lo que no daba lugar a error había sido la cara de Marco al abrir la puerta y encontrarnos a Ever y a mí tras ella. Descalzo, con la camisa por fuera de sus pantalones, sin corbata ni americana, una copa de vino en la mano y esa mirada que de ser cuchillos nos hubiera atravesado por completo nuestro inerte corazón. No, estaba absolutamente claro que ni en mil millones de años era precisamente a nosotros a quienes esperaran en esos momentos, aunque sería más justo decir que para ser fieles a la verdad Marco en esos momentos no esperaba absolutamente a nadie.
Juro que preferiría haber borrado de mi memoria los últimos quince minutos… ¿He dicho ya que la mataré?, aunque no sé por qué engañarme pues está claro que ya no podría vivir sin ella, en mi larguísima existencia no he sentido nunca bochorno semejante, he perdido la cuenta de las veces que me he disculpado con Marco, y con Alessandra, bueno en realidad con ambos. No entiendo cómo…
Dejo los petates y esos ridículos cuernos de reno, sobre la cama, en la habitación que me ha indicado Alessandra, en la planta baja, al lado de la biblioteca, es una habitación amplia y con salida a un pequeño jardín, apago mi cigarrillo en uno de los ceniceros cuando la puerta de abre y aparece mi chica todavía con esa especie de gorro de Elfo sobre la cabeza, y su cara muestra esa expresión que tan bien conozco de no haber roto nunca un plato.

−Nena, sabes que te quiero pero… por Satanás ¡¿Cuándo dejarás de liarla?!
−Pero Step, te juro que Aless nos invitó.
−Lo, cariño ¿pero no has visto su cara?, ¡Está claro que no nos esperaban!
−Ohh eso es porque Aless debe ser bipolar, ella me invitó, verás como dentro de un rato estará encantada de que estemos todos juntos…. ¡Pero si es Navidad!
−Bueno…. si tú lo dices −pero no estoy nada convencido y menos de que Marco esté tan encantado de cambiar lo que parecía una velada romántica por… No, estoy seguro de que Marco no opinará lo mismo, y pensándolo bien tampoco creo Alessandra lo haga.

Volvemos al salón, parece que Marco y Alessandra están hablando en susurros, no alcanzo a escuchar lo que comentaban pero parece que ella le ha convencido, la cara de Marco muestra algo parecido a la resignación.

−Disculpad nuestro recibimiento… −Alessandra, se adelanta y toma la palabra−. Está claro que debido a algún malentendido no hemos resultado los mejores anfitriones… Así, que espero que os sintáis como en casa y estaremos encantados de pasar las Navidades con vosotros, ¿verdad, Marco? −se gira hacia él y parece hacerle un gesto con la cabeza como para animarle a intervenir−. ¿Marco?
−Sí desde luego… Claro, encantados… −casi refunfuña.
−¿Lo ves Step? −por un momento creo que Ever se pondrá a palmotear de alegría−. ¿Ves como tenía razón? −Marco parece estar a punto de interrumpirla cuando Alessandra tira ligeramente de su manga.
−Ever nena…
−Pero… está bien –se conforma y vuelve a poner esa cara de no haber roto nunca un plato.
−Si me perdonáis, iré arriba a cambiarme −dice Alessandra mientras se ajusta el batín que lleva puesto, Marco la mira y su cara de resignación parece aumentar por momentos.
−Sí claro, claro… −alcanzo a decir mientras inclino levemente mi cabeza.
−Ever… −Alessandra se detiene y eleva la voz sobre su hombro justo cuando inicia el ascenso hacia la planta superior, y por un momento me temo que vaya a cambiar de opinión y decida enviar a Ever a Siberia o a cualquier otro destino similar y cuando estoy a punto de interrumpirla para decir que será mejor que nos vayamos, veo cómo se amplía la sonrisa en su cara−. Si quieres subir conmigo recuerdo que en algún sitio tengo una caja con todos los adornos navideños, hace años que no los he sacado del armario.
−Ohhhh síiiiiiii −exclama Ever, y esta vez sí palmotea− Me encantará ayudarte a buscarlos.

MARCO

Veo como ambas suben escaleras arriba, va a cambiarse de ropa, y el misterio de qué hay bajo el batín va a continuar siendo eso, un misterio, aunque espero que por poco tiempo, no sé qué planes malvados tiene esa vampira con cara de muñeca, pero deseo que sean quedarse solo un par de días, tres a lo sumo, y por supuesto que estén fuera para fin de año.

−¿Te relleno la copa? −Stephano parece querer hacerse perdonar−. De verdad que lo lamento.
−No lo entiendo, llevo contigo muchos siglos, y no entiendo qué has podido ver en ella, es como un cáncer, un veneno, una MAREA NEGRA que se extiende poco a poco y va contaminando todo a su alrededor.
−¿Una marea negra…? −murmura entre dientes.

Vuelca más vino en la copa que sostengo y después hace lo mismo en una limpia, resta en silencio, su rostro ha trasmutado, a una expresión que me cuesta identificar. Arriba se escuchan ruidos, algo cae al suelo y de pronto unas risas sinceras y refrescantes inundan la casa. Cuando la veo descender, con unos simples vaqueros, un jersey de lana y el pelo recogido sobre su cabeza en un moño me parece simplemente preciosa. Lleva una sonrisa tatuada en su rostro, que se amplía cuando saca del interior de la caja que ha dejado en el suelo, una bola de cristal de tono azulado.

−Eran de mi abuela −la hace girar entre sus dedos−. Hacía siglos que los tenía olvidados.
−Uuuuuauuuuuuu −Ever grita a su lado admirando el reflejo de las llamas sobre el ovalado cristal−. ¡¡¡Son preciosos!!!
−De niña me encantaba la Navidad −y de nuevo esa dulce sonrisa, y un destello en sus ojos escarlata.

Ever salta de alegría, se lanza contra Aless y le da un beso. Ambas ríen, cuando empiezan a colgar los adornos. Miro a Stephano, como siempre permanece a un lado y mira la escena como lo hago yo, mientras sorbe el vino pausadamente. Sigo mirando a las chicas, ahora Aless parece susurrarle algo a Ever al oído y ésta estalla en una carcajada. Me acerco a Stephano, pongo la mano sobre su hombro, puede que empiece a entenderlo, sí, es una marea, contamina todo a su alrededor, aunque puede que sea de alegría y locura, algo de lo que a veces, nosotros carecemos, hemos perdido esa magia con el paso de los siglos, y Ever, parece mantenerla intacta. Somos hijos de la noche, pero ahí estamos, a punto de celebrar la Navidad. De nuevo ambas ríen, y no puedo evitar sonreír yo también.

−Creo que empiezo a entenderte muchacho.

Stephano asiente con un leve gesto de su cabeza, parece que esas simples palabras le hayan reconfortado algo, hasta un atisbo de sonrisa se muestra en sus labios antes de cubrirlos de nuevo con la copa.

−Marco… −Alessandra está sobre el sofá con algo entre las manos−. ¿Puedes sujetarlo, por favor?
−Claro querida. −suelto mi copa sobre la mesa.

Poco a poco la casa va tomando otra forma, otro aire, Stephano aviva el fuego, mientras ellas terminan de colgar unas estrellas doradas sobre el marco de la ventana. Alessandra mira a su alrededor satisfecha, sus ojos brillan. No era la velada que tenía planeada, por Satanás que no lo es, a esas horas esperaba estar haciéndole el amor de manera desenfrenada, sobre la alfombra, en el sofá, un polvo duro contra la encimera, en mi mente había imaginado una Navidad rojo pasión, y sin embargo…

−Marco −Ever susurra a mi lado−. ¿Eres consciente que estás sonriendo?
−¿Yo? NO. −Ever suelta una carcajada ante mi cara de estupefacción.
−Es una pena no tener árbol.
−El año que viene no se me olvidará −Aless se acerca a nosotros.
−¿El año que viene? −articulo con dificultad, ambas me miran−. No…
−resoplo−. El año que viene tendréis vuestro propio árbol –añado mirando a Stephano.

Pienso en el regalo para Alessandra, en el bolsillo de mi americana, esa vieja moneda de la suerte, la misma por la cual el destino casi me arrebató a mi amada, ahora convertida en una preciosa gargantilla, con cordón de oro blanco y engarzada con pequeños diamantes. Estoy seguro que le va a encantar.

ALESSANDRA

Tomo a Marco del brazo e inspiro con fuerza la sensación de calor que me produce, mientras continúa asegurando que el año que viene les dará vacaciones antes de tiempo, les enviará de misión a la Patagonia o les hará repasar la contabilidad de la Fortaleza desde el origen de los tiempos, Ever protesta divertida asegurando que no sabe contar, Stephano está a punto de atragantarse y aparta su copa de los labios, yo no puedo más que sonreír cuando me pongo de puntillas para susurrar en el oído de Marco.

−Todavía llevo puesto tu regalo −nuestras miradas se encuentran un par de segundos mientras sonríe complacido.
−Puede que esto de la Navidad no esté tan mal −asegura acercándose al mueble bar de dónde saca otra botella de vino−. Pero tampoco hace falta abusar.
−Marco si quieres yo… −se ofrece Stephano a abrir la nueva botella de borgoña.
−Déjalo Stephano, yo lo haré −asegura Marco descapsulándola−. Además no te preocupes muchacho que Aless ya te ha perdonado.
−Yo, esto… − Stephano parece a punto de atragantarse de nuevo.
−Marcooooo −insto a que deje de tomarle el pelo.
−Vamos Stephano relájate que solo estaba bromeando.
−Aless… − la voz de Ever a mi espalda suena contenida, como emocionada, cuando vuelvo la cabeza la veo con una de las cajas abierta, una pequeña de color granate, que ni siquiera recordaba, en sus manos sostiene una estrella de fino cristal, reluce y lanza destellos de plata bajo la luz blanquecina del salón, es la estrella que solía colocar mi abuelo en la parte superior del árbol de navidad cuando era tan solo una niña, no la había vuelvo a sacar de su caja desde que él murió−. Es preciosa… −dice extasiada.
−Sí, sí que lo es −confirmo acercándome a ella y cogiendo por el soporte de plata la estrella que me ofrece con sumo cuidado−. Pero…
−¡No tenemos árbol! −se queja con un tinte de verdadera pena en su voz, por una milésima de segundo pienso en que tiene el mismo aspecto de esa hermana pequeña que me hubiera gustado tener pero que nunca tuve y que por tanto nunca pude echar de menos−. Jooooo una Navidad sin árbol y sin nieve…

Creo que tan solo transcurren un par de minutos, quizás alguno más cuando Stephano desaparece y vuelve a aparecer en nuestro salón con un imponente abeto. Marco resopla, pero más parece un gesto de alivio que de verdadera molestia y Ever se pone en pie y mira a ese tipo, que más parece un témpano de hielo que un vampiro, con una mirada tan cálida y llena de amor que por un momento pienso que si sigue mirándole así corra el peligro de que vaya a derretirle. Intercambio una mirada cómplice con Marco, sé que esta no es la velada que había imaginado desde el momento que le indiqué que veníamos a Londres, pero también sé que la expresión de sus ojos es de satisfacción y aunque no lo reconocerá nunca, a mí no puede engañarme, y en el fondo está encantado con lo que está sucediendo. Me acerco a Stephano mientras Ever se encuentra abriendo nuevas cajas, las que vienen con la etiqueta de «adornos del árbol» y parece una niña abriendo sus regalos el día de Navidad.

−Stephano, pero ¿de dónde…? −hago una pausa sin acertar a adivinar de dónde puede haber sacado el árbol con tanta rapidez.
−Bueno, espero que los jardineros del parque de aquí al lado no lo echen de menos..−. me guiña un ojo y creo que por primera vez desde que aparecieron hace unas horas le veo realmente relajado.
−Me alegro de que estéis aquí −y creo que no he sido más sincera en mi vida.
−Yo Alessandra, lo lamento, sabes que… Bueno ella… No…
−Stephano −le interrumpo−. De veras, me alegro de que estés aquí, y lamento no haber sido yo quien tuviera la iniciativa de invitaros.
−No, pero tú no… Quiero decir, que Marco no…, esto…
−Shhhhhh, ni una palabra más −le indico con seriedad−. Stephano te agradezco que siempre estés a su lado −susurro mientras miro a Marco por un momento−. Creo que eres, sois −rectifico mirando hacia Ever−. Lo más parecido a una familia que ha… −rectifico de nuevo mientras sonrío y pongo la mano en su antebrazo−. que hemos tenido nunca.

No hace falta que le dé las gracias, creo que mi mirada se lo dice todo, y lo confirma la suave presión de mi mano sobre su brazo de acero, Stephano simplemente hace una ligera inclinación de cabeza mientras su mirada se pierde en esa melena morena que ahora, de puntillas, le está pidiendo a Marco que ponga uno de los adornos en una de las ramas más altas. Mi mirada también se pierde en esa imagen que se graba en mi retina, la de Marco sosteniendo un ángel de plata y fijándolo en una se las ramas superiores de ese abeto imponente que domina nuestro salón.

EVER

Aparece de pronto con un enorme abeto, huele a resina y a hierba verde, a naturaleza, huele a amor, a ese amor absurdo e irracional que siento hacia ese tipo que esboza una leve sonrisa cuando me ve feliz. Ahora sí es una Navidad completa, con mi nueva familia, y ya no me siento sola. Alessandra cuelga una delicada figurita en una de las ramas, y yo hago lo mismo en otro lado, colgando un bonito lazo rojo. Marco se sienta en una de las butacas, y sonríe satisfecho, mira embelesado a Aless que le devuelve una mirada cargada de significado, como queriéndole decir que cuando se queden solos, lo va a devorar, pobres ilusos, no saben que eso se va a demorar bastante, pues no tengo intención de marcharme por el momento.

−Tengo algo para vosotros −canturreo de pronto.
−¿Regalos? −Aless parece sorprendida.

Salgo corriendo hacia el final del pasillo y vuelvo a salir con sus respectivos paquetitos, Marco y Aless se han ausentado, Step espera al lado del árbol, admirándolo, verdaderamente nos ha quedado precioso. Me acerco dando saltitos, de nuevo con mi gorrito de elfo, haciendo bailar los cascabeles de la punta.

−Marco ha ido a darle su regalo a Aless.
−Esto es para tí. −digo alzando la cajita.
−Nena, yo no…
−No pasa nada, ¡¡ábrelo venga!!
−Te quiero −susurra haciendo ceder el lazo.

Dentro de la caja, mi llavero de margarita, el mismo que me regaló hace un tiempo, con una pequeña nota «ya es hora de poner llave a este llavero». Recuerdo el día en que me lo dio, me dijo que hasta que yo pudiera comprarme uno o confiara suficientemente en él como para saber que no lo hacía buscando nada a cambio. Le sonrío. Me sonríe con complicidad. Aless y Marco aparecen por la puerta de la cocina, algo brilla en el cuello de ella, sus manos entrelazadas y una sonrisa tonta en los labios.

−¿Qué es? −pregunta ella curiosa acercándose a nosotros−. ¿Tu regalo para Stephano es hacer que él te compre un coche?
−Y sin duda −dice él clavando sus ojos en mí−. Es el mejor regalo que me han hecho jamás.

Me cuelgo de su brazo y alzándome de puntillas beso su mejilla, me encantaría decirle que le quiero, pero no hace falta, él lo sabe.

−Vaaa Marco… no te pongas celoso que también tengo algo para ti, bueno, es para los dos.
−Vaya, gracias −dice abriendo el sobre−. Esto es… es…. es el mejor regalo que podías hacernos.

Marco muestra el talonario de «momentos sin Ever», cien tiquets que podrá canjear por momentos sin mí, no creo que le duren más allá de unos meses.

−Lee la letra pequeña eeeeeeehh entran en vigor en Enero, así que… no puedes usarlos ahora −le advierto−. Qué crees, ¿qué me arriesgaría a que los utilizaras justo ahora?

Aless estalla en una carcajada, Marco sonríe, y yo me siento inmensamente feliz, y de pronto algo capta mi atención, Stephano al lado de la ventana mira absorto hacia la calle, donde una fina capa blanca ha empezado a tapar el asfalto. Los copos de nieve danzan al son del aire que los mece. Está nevando. Es Navidad, y está nevando. Me acerco a la ventana, los cristales empiezan a empañarse, enredo mi mano a la suya y le miro de reojo. Sonríe.

−Gracias −susurro−. Has conseguido que nieve. Te quiero.

Samael

 

Toda historia tiene un personaje oscuro… En la nuestra puede que más de uno, o puede incluso que todos, sí no hay personajes totalmente buenos o malos, hasta la dulce humana Alessandra en el fondo tiene matices. Pero sin duda, él más oscuro de todos sería Samael.

Samael, amigo, hermano, compañero de Marco. Juntos levantaron los cimientos de la Fortaleza, establecieron las reglas, y juntos han procurado mantener con mano firme ese status quo que reina entre ambas especies. Pero Samael tiene una losa que arrastra desde hace tiempo, algo que le ha carcomido hasta límites insospechados, una falta que cometió y Marco supo perdonar, crear a Ever. No es que crear a Ever fuera una falta en sí, sino que creyéndola muerta, tras alimentarse de ella, la abandonó… Ay ay ayyy Samael, eso te pasa por ir con prisas y no hacer las comprobaciones pertinentes.

Samael es un vampiro antiguo, entre los humanos pasaría por un tipo de avanzada edad, pero sin duda carece del porte mayestático de nuestro Marco. De estatura media, y rasgos que no llaman demasiado la atención, podríamos decir que pasaría desapercibido sino fuera por ese aura que le envuelve, esos pequeños gestos que delatan que tras la fachada hay algo más.

¿Qué rollo hay entre él y Stephano? pues… no lo sé. Lo que está claro es que hay una incompatibilidad de caracteres que ha propiciado una especie de divorcio entre ellos. No hay feeling y la llegada de Ever no parece que arregle las cosas, si no todo lo contrario, se establece una velada lucha entre ellos, usando a la vampira.

No será hasta la tercera novela que veamos un poco más de este personaje, que sin duda no nos dejará indiferentes, pues como siempre, estos tipos con más contrastes son los que suelen llamar la atención… ¿Será Samael como parece? ¿Se desenmascarará su trasfondo? ¿Nos sorprenderá en última instancia?

 

 

−Entonces, si me convertiste, eres… ¿Mi padre? −digo con la voz más dulce que puedo modular.
−Podría verse así.
−Me gustaría verlo así −aunque te odio, me das asco, pienso para mí−. No dejarás que me maten, ¿verdad?
−Voy a hacer todo lo posible para que eso no ocurra, cielo.

Extracto de Ever, Tempestades.

 

Victoria

Victoria, Victoria… que poco sabemos de ella, y que poco vamos a poder decir sin desvelar nada… Y es que no queremos hacer Spoilers si has llegado aquí sin haber leído Tempestades.
¿Cómo la imaginamos físicamente? Victoria es una chica de unos 20 años de edad, bonita, de pelo castaño y largo, menuda como Ever. No le imaginamos trazos muy característicos, nos centramos más en su personalidad o sus impulsos a actuar como lo hace.

Ever la mató, ¿qué tiene esta muerte de especial? pues mucho. Victoria lleva casi 400 años torturando a Ever por ello, recordándole que ella terminó con su vida. La acompaña en todos sus actos y la aconseja del peor modo posible, pero sería muy absurdo decir que todas las malas decisiones de Ever son por culpa de Victoria, Ever es capaz de meterse en líos sin necesidad de que la voz de su cabeza la instigue a ello. Así que tenemos una chica, real o no, vengativa, dispuesta a torturar a Ever hasta el «último aliento», una chica retorcida e imaginativa, sin consideraciones de ningún tipo hacia su objeto de tortura. Tiene imaginación la chica, no se lo vamos a negar, y se dedica a molestar a Ever, desde hablarle en público, propiciando así el hecho de que cualquiera que la vea hablando sola pueda tomarla por loca, a chillarle, hacerle gestos molestos o incluso cantar canciones de los Rolling Stones a voz en grito.

Ever la describe como «un pepito grillo del inframundo» y puede que sea realmente eso. Lo que está claro es que Ever y Victoria parecen estar unidas de por «vida» o mejor dicho de por inmortalidad.
¿Real o imaginada?, ¿un fantasma?, ¿esquizofrenia de la vampira?, ¿realmente Victoria existe?, ¿alguien más va a poder verla? Lo dejaremos en un… léete Tempestades, y un poco más sabrás.

−Estás loca.
−¿Por qué?, ¿por qué hablo con alguien que no existe?
−Entre otras cosas −y aparece a mi lado, vestida como cuando la maté.


Tempestades

Verano verano verano…..

Verano verano verano….. ya llega la playa y el sol…  xD

 

Verano…null

 

Bendito verano…

 

¡Pero que muerto está todo! Puede que sea porque yo no tengo vacaciones hasta septiembre, y ahora todo me parece que va ralentizado, aunque en septiembre no pensaré lo mismo.

 

Tenemos muchas novedades que llegarán el mes de septiembre, para hacer más llevadera la vuelta al cole de los peques (y de las mamis y papis)… Saldrá a la luz un tráiler oficial de Tempestades, Saldrá a la venta Tempestades, ¡oh yeah!, y aquí viene la sorpresa… si todo va como tiene que ir, y no se me ralentiza el cerebro, pondremos ambos libros… en… ¡FORMATO PAPEL!

 

¡Sí sí sí! a todos los que nos decís eso de «Ah pero… ¿y no está en papel?» a partir de finales de septiembre la respuesta va a ser «sí, ¡claro que sí! ¿Cuantos te pongo?»

 

Desde el Blog os deseamos que terminéis de pasar un feliz verano, que disfrutéis a tope de las vacaciones y que volváis con las pilas cargadas, este año no habrán depresiones de otoño, ¡no! porqué os vamos a inundar de novedades, ideas, y sobre todo buenas lecturas…

 

Dentro de muy poco podréis conocer un poco más a fondo a Ever y Stephano, pero no solo a ellos, sino a Maria, Viktor, Samael, Vladimir…

 

 

FELIZ FINAL DE VERANO…

¿Qué es ARI?

Hace tan solo un mes era un sueño, desde hace semanas se convirtió en un proyecto y ahora es una realidad desde hace tan solo 3 días.

ARI Autoras Románticas Independientes. A los que leísteis mi entrada sobre lo difícil que es hacerse autopromoción sin parecer que te estás vendiendo cual fulana de esquina sabrán lo entusiasmada que estoy entonces con ARI, si no has leído la entrada la puedes leer Aquí .

Diferentes autoras, muy distintas pero con un nexo en común la pasión por la literatura romántica/erótica y el orgullo a sus espaldas de haber llegado a donde están sin padrino. Un grupo de mujeres muy diferentes con libros muy dispares entre sí pero dispuestas ha echarse una mano para que, entre todas, lleguemos todo lo lejos que nuestros sueños nos digan de llegar.

Para eso se ha creado ARI, y con este nacimiento nace un Blog Blog de ARI
que pretende recoger en un solo lujar todo el trabajo de estas autoras, sus novedades, sus propuestas, sorteos inquietudes…. incuso dejarse conocer un poco mediante entrevistas, videos etc…

¿Os parece un proyecto interesante? a nosotras SÍ. ¡Mucho!

Velvet

El nombre de esta chica nos es desconocido, ya que ahora sólo responde por Velvet

Nacida hace 22 primaveras en Warwick, un precioso pueblo medieval a 150 Km al norte de Londres, cuyo castillo aseguran es el más bonito de toda Inglaterra, y muy cercano del pueblo natal de Shakespeare Stratford Upon Avon. Criada en el seno de una familia de clase media, no tiene más hermanos. Su padre es un estricto Pastor Luterano y su madre, una mujer buena, sumisa y fundamentalmente temerosa de Dios, y de su pastor.

Con 16 años, tras una disputa con su padre por no querer renunciar a su sueño, es invitada abandonar el seno familiar, y desde hace 6, reside en Londres, donde definitivamente su sueño se ser bailarina clásica se truncó para siempre. De enormes ojos color avellana y una preciosa media melena de color castaño, que difícilmente deja ver, escondida bajo una peluca de color lila que ha pasado a ser una de sus señas de identidad, menuda, supera escasamente el metro sesenta de estatura y con un bello rostro, teñido algunas veces de un halo de tristeza.

Ha coincidido de uno u otro modo con nuestros protagonistas, y puede que siga apareciendo, sólo os tendréis que fijar bien.

¿Qué canción sonaba? (IV)

Hay momentos en la vida que es imposible explicar con palabras, que son cuestión de piel, te producen ese escalofrío que empieza en la nuca y te recorre la espalda, son momentos tan significativos, tan importantes que es mejor simplemente vivirlos, sin pretender adornarnos con palabras.

Déjame esta noche soñar contigo…

Tan sólo es una frase, la letra de una canción que dio lugar al germen, a la semilla del nacimiento de uno de nuestros personajes femeninos, alguien que viniera a acompañar a nuestro vampiro solitario, hastiado quizás de vagar día tras día por los siglos que iban acumulándose a sus espaldas. Marco, ese ser poderoso, capaz de poder someter a su voluntad a los miembros de su especie, quienes junto a los otros miembros del Consejo, les deben respeto y lealtad, y con la capacidad de someter también a esos humanos, a todas luces raza inferior a la suya, quienes le sirven de sustento, pero a quienes no presta mucha más atención, y viene a coincidir una noche cualquiera, en un pub cualquiera de Londres con una humana que capta su atención desde el mismo instante en que sus ojos se posan sobre ella. Y sabe que ha encontrado a su diosa, sin buscarla, no necesita nada más para saber que puede perder la cabeza por esa mujer, a quien podría quitar la vida en una fracción de segundo si se lo propusiera, fracturar su cuello, y acabar así con la tentación, con la única cosa que puede hacerle débil, y ese ser todopoderoso siente miedo, más que miedo pánico de enfrentarse a los ojos de esa joven y poder ver en ellos alguna sombra de rechazo. El todopoderoso Marco Vendel muestra así la misma debilidad que podría sentir un humano, la inseguridad, la certeza de que no puede siquiera pensar en la posibilidad de iniciar algo con ella, no sólo porque esté ancestralmente prohibido y sus leyes así lo prevean, sino porque ni siquiera puede atreverse a soñar con la posibilidad de que una mujer como ella pueda sentir algo por un ser con un corazón muerto y tan negro como la noche.

Déjame imaginarme en tus labios los míos…

Y sólo puede limitarse a eso, a quedarse con ese recuerdo, con esa fracción de segundo en que sus manos se han rozado, con ese calor que ha dejado en una pequeñísima porción de la piel de su mano, con esa fragancia que quiere atesorar para siempre en su memoria, grabar las bellas facciones de su rostro y que permanezcan para siempre en el fondo de su retina, porque está tan muerto que ni siquiera se puede permitir la posibilidad de soñar sino es despierto.

Déjame que mis manos rocen las tuyas…

Y nada más se permite Marco, nada más que ese roce, terminar su copa y salir de ese bar, sabiendo que deja atrás algo que no ha podido llegar a poseer porque ni siquiera lo ha intentado, porque le está vetado, porque él mismo ha condenado, sentenciado y ajusticiado antes llevando el cumplimiento de sus leyes hasta las últimas consecuencias. Y renuncia a un sueño sin haberlo siquiera intentado. Saber en un instante que todo lo que has anhelado siempre, sin siquiera saberlo, lo tienes ante tus ojos, notar que te quedas sin respiración cuando llevas milenios sin necesitar oxígeno, creer volver a sentir de nuevo un latido en un corazón que no palpita desde hace más de tres mil años, y que esa visión te acompañe hasta creer que pudieras morir de nuevo echando de menos algo que no has llegado a tener.

Déjame que te coma sólo con los ojos, con lo que me provocas yo me conformo…

No atreverte siquiera a soñar con la posibilidad de llegar a conseguir algo que sabes que no puedes tener, eso es lo que encierra esa preciosa canción, esa es la melodía que acompaña a Marco en su habitación de hotel, la que debería sonar en su cabeza cuando renuncia, cuando ni siquiera se atreve a pensar en una remota posibilidad de lo que podría haber sido…

Si algún día diera con la manera de hacerte mía,
siempre yo te amaría como si fuera siempre ese día,
qué bonito seria jugarse la vida, probar tu veneno,
que bonito seria arrojar al suelo la copa vacía…

Y bueno, no vamos a desvelar si logró encontrar la manera, si se atrevió a dar el paso, si dejó de lado sus convicciones, o terminó por echar un pulso al destino…
Lo cierto es que esa canción sonará más veces a lo largo de la historia, sonará más veces aunque no podáis oírla, pero acompaña a los personajes y a quienes les dan voz y alma en muchos momentos en que necesitan recordar y más que recordar sentir cómo sienten sus personajes en determinados momentos.
Soñar contigo de Zennet, nunca una canción ha podido marcar tanto una historia, qué pinchazo nos da en algún rincón del alma cada vez que la volvemos a oir.

Dejadnos que esta vez seamos nosotras quienes soñemos con tantas y tantas sensaciones que nos produce saber que esta historia nos ha traspasado y ha llegado hasta todos vosotros.

Otro regalo por los 400 Me gusta de Face…. ¡Océanos!

Sabemos que muchos y muchas ya lo habéis leído, pero para todos aquellos que aún se debaten en si comprar el libro o no…. os dejamos las primeras páginas de Océanos de Oscuridad…

Primera parte de la Saga…

Escrita a cuatro manos…

Historia de amor, pasión sexo y sangre épica….

Océanos de Oscuridad

Llevo habitando la tierra desde hace más de tres milenios y aunque aún puedo recordar una época lejana en la que el arte y la literatura me apasionaban, la música lograba emocionarme y me deleitaba en el dulce placer de recrear la belleza de la muerte cuando sesgaba una vida humana, desde hace décadas simplemente observo cada amanecer con la pesadumbre de haber visto más de un millón de amaneceres iguales y de saber que no habrá nada nuevo a la salida del sol.
Podría hablar de las grandes civilizaciones del mundo, contar miles de historias sobre la caída de los grandes imperios, anécdotas de todas esas guerras de las que he disfrutado desde mi privilegiada posición. Vi construirse las pirámides, fui testigo de cómo Alejandro forjaba su imperio, y de cómo ardían los muros de Roma para mayor deleite de Nerón, he compartido mesa con grandes escritores, filósofos, inventores y he sido mecenas de excelentes artistas…
Si cierro los ojos puedo ver los cientos de miles de rostros de todos aquellos que han pasado por mi vida y la han abandonado. Vi renacer en las tinieblas a grandes amigos, y como éstos mismos se convertían en polvo, sin que esas pérdidas hiciesen meya alguna en mí, simplemente fueron acontecimientos que se han ido grabando a lo largo de los siglos en mi memoria. Pero lo que jamás será un simple recuerdo es Gabriella. Mi amante, mi amiga, mi pesadilla y casi mi perdición, la que creí sería mi compañera eterna, la que hacía de mis días algo dulce hasta que tuve que hacerla desaparecer, y aunque la amaba, fue la única decisión que pude tomar pues nunca he tolerado la traición, de ningún tipo. He vivido bajo esa losa de culpa desde ese día, condenando así mi eternidad.
Sigo con la mirada a esa joven menuda de ojos asustados. El silencio nos envuelve, la tensión podría cortarse con un cuchillo, puede que incluso hasta respirarse. Y no puedo evitar pensar que me recuerda a ella, o puede que todas las vampiras de ojos escarlata me trasporten a esa época en que las curvas de una mujer me hacían enloquecer. Ahora, no siento nada. Todos permanecen callados, sabemos qué va a ocurrir a continuación, puede que debiéramos liquidar el asunto cuanto antes, agilizar los trámites, puede que el resto de miembros del consejo tengan cosas que hacer, yo no, pero eso no importa, pertenece a mi más estricta intimidad.
Soy el vampiro más antiguo del mundo, aunque no el primero, hubo otros antes que yo, pero ya no se encuentran entre nosotros. Jamás he conocido a ningún humano al que haya tenido la necesidad de otorgar el don de la eternidad, jamás ningún hombre, mujer o niño, ha causado en mí más impacto que el deleite del sabor de su sangre deslizándose por mi garganta. Pero incluso eso encierra un doble peligro, la ingesta sin control podría llevarnos a extinguir nuestra fuente de alimentación, ya que eso son para nosotros los humanos, una especie a todas luces inferior, simple comida. Pero muchos de los nuestros sí que han tenido la necesidad de crearse compañía, así que cuando empezamos a ser muchos tuvimos que organizarnos, cuando la vieja Europa empezaba a sucumbir al mundo vampírico cada vez eran más los no muertos en busca de sangre, y así nació lo que muchos llaman el Consejo, vampiros con más de mil atardeceres en sus retinas intentando velar por los intereses de nuestra especie. Protegiéndonos de nuestro mayor enemigo, nosotros mismos, y velando porque nuestro secreto nunca salga a la luz. Y esa jovencita ha puesto en peligro todo eso. Sus ojos reflejan un miedo atroz, pero se mantiene serena, sin gritos ni súplicas, casi lo agradezco, aunque sé que alguno de mis compañeros echará de menos esa parte más teatral de la historia.
Como miembro fundador del Consejo, mi voz siempre es tenida en cuenta por encima de otras, y mis decisiones se acatan sin ser cuestionadas, aunque el trabajo más arduo es tratar de no caer en el despotismo, intento ser siempre justo, benevolente cuando la ocasión lo requiere, implacable cuando es necesario, es mi trabajo; la Fortaleza es mi vida, mi compromiso y jamás he faltado a mi palabra.
Los tiempos han cambiado, las relaciones también, pero los principios con los que nació el Consejo, siguen aún vigentes. No creo que nuestras normas sean de difícil cumplimiento, yo mismo llevo milenios sobre la faz de la tierra y nunca he transgredido ninguna, y tampoco he sentido nunca la tentación de hacerlo.

. Jamás reveles tu verdadera naturaleza a un humano.
• Deshazte siempre de los cadáveres, los envoltorios de la comida deben desaparecer
• No está permitido crear nuevos vampiros, y si se toma esa responsabilidad debes responder por ellos.
• Sólo nosotros, el Consejo, tenemos la potestad de sesgar una vida inmortal, no se toleran los ataques entre miembros de nuestra especie.

Las repaso mentalmente. Romper esas normas significa la muerte… romperlas es morir… morir…. ¿Sabe ella que va a morir?. Sí, claro que lo sabe. Me levanto de mi silla y doy un par de pasos en su dirección.
En una época donde la realidad supera la ficción es cada vez más difícil mantenerse oculto, de ahí la importancia de nuestra discreción. Dicen que el paso de los siglos enloquece hasta al más cuerdo, será por eso que el trabajo del Consejo este último siglo se ha visto notablemente incrementado, pero la Fortaleza es mi vida, y aunque hastiado, es lo que me ancla a la inmortalidad.

-Matadla.- digo al fin.- pero hacedlo rápido, no es necesario que sufra.

Así paso los días, vagando por los pasillos de mi reino de tinieblas, mi propio océano de oscuridad, paseando por esas estancias que he recorrido cientos de veces, dejando transcurrir día tras día de esa inmortalidad que no termina jamás.
Tanto poder y tan vacío por dentro, envidiando a la escoria humana por esa cualidad efímera de su humanidad, por poder disfrutar cada día como si fuese el último, ellos venderían su alma al diablo por disfrutar de lo que yo tengo, yo simplemente moriría por poder volver a sentir… dolor, amor, éxtasis, lo que fuese, sin embargo sólo vivo reprimiendo el impulso asesino que todos tenemos dentro.

Soy Marco Vendel y esta es la historia de cómo puede cambiar la vida, incluso la vida inmortal.

MARCO
Tenía que hacer tiempo, el jet había sufrido una pequeña avería y mientras Paul, el piloto, intentaba repararlo, dejé el hotel. Estaba cansado, sólo había sido un día, pero intenso, ya tenía ganas de volver al confort de mi hogar, nunca me había gustado ausentarme de la Fortaleza, a diferencia de otros de los miembros del Consejo, yo era un animal de costumbres, y mi soledad uno de mis amigos más preciados. Finalmente me decidí por ir a tomar algo a un bar cerca de mi hotel.
El ambiente era selecto, luces tenues y buena música. Había poca gente a esa hora. Los cuadros de las paredes eran fotografías en blanco y negro de los lugares más emblemáticos de Londres, que no los más famosos. Me senté en la barra, lugar de los perdedores, o de los que llevan mucha confianza en sí mismos, y pedí un whisky con hielo. La música empezó a sonar, sugerente, sin duda el hijo rebelde del pueblo londinense. Algo hizo que me girara hacia la puerta de entrada. Como un calambre, una dulce voz que me llamaba. Y ahí estaba ELLA, la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Alta, esbelta, elegante, con un toque de inconformismo. Por un momento pareció que me miraba, pero era una vana ilusión, nunca una mujer así se fijaría en un hombre como yo. Pero un extraño hechizo hacía que no pudiera apartar la mirada de ella. Si tuviera corazón en ese momento latiría con fuerza.
Dio un par de vistazos a la sala y de golpe sus ojos sonrieron. ¿Me miraba a mí? no, no podía ser… demasiado bonito para ser real, sin duda era un equívoco de mi mente solitaria.
Anduvo unos pasos decididos y se reunió con unos hombres y mujeres en una mesa, cerca de donde yo estaba sentado. ¿Desilusión? Intenté concentrarme en la copa, en los hielos, un hielo, dos hielos, tres hielos… sus ojos… un hielo, dos hielos… esas piernas… me giré, el tiempo justo para ver cómo ella se levantaba, venía directa hacia mí! No pude aguantar la mirada y me concentré en la copa de nuevo. un hielo, dos hielos…

-Un Martini seco.- su voz era dulce y decidida.

No podía mirarla, ¿o sí? Qué me lo impedía. Mi mano aguantaba con firmeza la copa en la barra como si la jodida fuera a sacar un par de piernas y salir corriendo para saltar en plan suicidio al final del mostrador. El camarero (Satán le bendiga) puso su Martini muy cerca de mi mano, mi copa… su cálida piel rozó mi muerta mano, debió sentir el hielo glacial de la misma.
Me miró, la miré.
Quería decirle algo, presentarme, invitarle a otro trago. Pero nada de eso pasó. Milésimas de segundo después del ínfimo contacto, alguien la llamó. Sus ojos me dejaron el regusto amargo del que no puede conseguir lo que anhela. Se fue.
El estridente sonido de mi teléfono cortó el hilo de mis pensamientos.

-Dime Paul.
-Señor Vendel, todo arreglado, podemos partir cuando desee.
-Ahora mismo.-sentencié.

La noche estaba muerta, como yo.

ALESSANDRA
La oscura noche iba ganando terreno con rapidez, adueñándose sin piedad de la lánguida y pálida luz de la luna, que quedaba oculta tras la alta torre. Los postreros rayos crepusculares se filtraban entre las ramas bajas de los árboles, proyectando sombras fantasmagóricas sobre las mortuorias lápidas.
El sonido del silencio resultaba más aterrador que el silencio mismo, no se percibía siquiera el sisear de la ligera brisa, que se perdía sigilosa filtrándose en las fosas vacías, devolviendo un eco huérfano de almas de un espurio linaje.
Hasta el ulular del búho que espiaba impertérrito desde su posición altiva había cesado de repente, intuyendo que una presencia sobrenatural pudiera estar acechando.
Desde la distancia, en el interior de la lúgubre cripta se empezaba a escuchar una lejana letanía, que iba ganando en intensidad paulatinamente.

Pater Noster, qui in infernum est,
Sanctificétur nomen Tuum
Sdveniat Regnum Tuum,
Fiat volúntas tua, sicut in infernum et in terra.

En el interior de la luctuosa y siniestra cripta, por cuya cúpula agrietada se filtraba una amalgama de raíces enmarañadas y resecas, un grupo de trece personas, cubiertas por tupidas capas negras con capucha, formaban un círculo alrededor de mí, que me hallaba de pie desnuda y completamente inmóvil frente a un altar de mármol, donde se encontraban dispuestos dos cirios encendidos y en medio de ambos un cráneo humano.
Toda la estancia había sido cubierta con paños negros, y sobre el suelo se habían distribuido numerosas velas negras, que se hallaban encendidas.
Los trece adeptos continuaban desgranando impertérritos la letanía en latín, hasta que deposité mi mano izquierda sobre la calavera y sosteniendo en la derecha un tridente, elevé la vista al techo de la cripta, y pronuncié mentalmente la llamada:
¡Booz! ¡Adonai! Lux, Tenebrol, ¡Belial!
Me detuve un momento, tomé una bocanada de aire, y noté como mi corazón había aumentado ligeramente su ritmo cardiaco, desvié la mirada una fracción de segundo hacia mi derecha, asentí de forma imperceptible y luego continué, en voz alta:
“Rey de los infiernos, poderoso señor a quien el mundo rinde culto en secreto; tú que dominas desde las profundidades tenebrosas del infierno hasta la superficie de la tierra y sobre las aguas del mar, espíritu infernal que todo lo puede, yo te adoro, te invoco, te pido y exijo después de entregarte mi alma para que de ella dispongas, que abandones las regiones infernales y te presentes aquí dispuesto a concederme lo que te pido de todo corazón y con el alma condenada te entrego mis tesoros, mi dicha entera si accedes a mis ruegos. Ven a mí, Rey y señor, soy tu sierva, ninguna imagen ni objeto religioso hay en mi casa, preséntate sin temor de ser desobedecido; llega…, desciende, penetra…, sube…, Luzbel…, Satanás…, vea tu sombra majestuosa esta tu esclava, maldito, maldito sea el día que sobre mi cabeza derramaron agua; Satán, Satán, soy tuya…”
Concluida mi invocación tracé con el tridente un triángulo en el aire y supuestamente el diablo debía aparecer dentro de las tres líneas sobre un haz luminoso.
En ese instante me tendí boca arriba sobre el frío altar de mármol, a la espera de que la sombra diabólica me cubriera con ambas manos.
De repente, se detuvo el tiempo, un sonido estruendoso rompió el silencio, enmudeciendo y paralizando al singular grupo, y un fortísimo olor como a amoniaco enrareció el aire, me resultó extraño, siempre había creído que era el azufre el olor que se asociaba a todas las criaturas demoníacas. Intenté incorporarme y recoger mi capa, que se hallaba en el suelo a los pies del altar, pero una fuerza sobrenatural me lanzó de nuevo sobre el mármol, agarrándome fuertemente por las muñecas.
Probé a patalear, a zafarme de la inmovilización a la que me hallaba sometida, pero me era imposible, un vaho caliente y de fuerte olor me azotó la cara, descendiendo por mi garganta hasta mi estómago; me resistía, tratando de girar las caderas para poder apoyar las piernas en el suelo, hasta que sentí como tiraban de ellas con fuerza, tratando de separarlas.
Quería gritar con todas mis fuerzas, pero aunque abría la boca con desesperación, sólo conseguía emitir sonidos ahogados. Un sonido profundo, en un idioma aparentemente por mi desconocido, se deslizó por mi oído, y me sometí.
Los trece adeptos observaban la escena mientras continuaban formando el perfecto círculo y recitando el satánico rezo que se repetía como un mantra, mi cuerpo parecía que ya no me perteneciera, pues realizaba movimientos imposibles para un ser humano. De repente mis piernas se separaron de forma antinatural como si tiraran fuertemente de mis rodillas hacia los lados, y a pesar de que no se viera a nadie junto a mí sobre el altar parecía como si cientos de manos estuvieran recorriendo mi piel, pues podía notar como sobre la misma se formaban surcos, como si cientos de dedos la recorrieran mientras ejercían presión, y ávidas manos manosearan mis pechos.
De repente mi cuerpo se desplazó con urgencia hacia la pared, empujado por una fuerza invisible, pero certera, el olor a azufre era mucho más intenso ahora, mi espalda empotrada contra el frío muro y mis pies no tocaban el suelo, un movimiento brutal de balanceo arriba y abajo me hacía rebotar, correspondiendo su cadencia, sin duda, a las precisas embestidas a las que me estaban sometiendo, unos brazos invisibles sujetaban mis piernas, sólo algún sonido gutural, casi sobrenatural, se escuchaba en la estancia.
La descomunal fuerza y presión que estaban ejerciendo sobre mis caderas era tan brutal que si no había perdido ya el conocimiento debía estar próxima a perderlo.
Uno de los adeptos había dejado de recitar el cántico, sin duda se preguntaba qué sería lo más conveniente, si interrumpir aquel coito infernal, con la esperanza de que yo pudiera sobrevivir al ritual, o detenerlo de golpe y que el propio Satán o el maldito espíritu que hubiera comparecido en su nombre no completara su clímax, no lograra su objetivo.
Y optó por esto último, soltó las manos a sus correligionarios y deshizo el círculo.
Un grito atávico, desgarrador, que denotaba impotencia, objetivo no culminado, envolvió la estancia, y un humo espeso, hediondo y gélido pareció descender hacia los infiernos, mientras se llevaba con él el olor a azufre, no sin antes susurrar en mi oído una sola palabra.

-Volveré…

Mi cuerpo semi inconsciente se desplomó, deslizándose por la pared, al dejar de ser sostenida por aquella presencia.
La figura que había deshecho el círculo y puesto fin, de forma precipitada al ritual, salió corriendo hacia mí mientras recogía la capa del suelo y cubría mi desnudez con ella.

-Aless, Aless, por favor dime que estas bien, contesta, contesta.- me decía mientras propinaba suaves golpecitos en mis mejillas, y me zarandeaba ligeramente por los hombros.

Nada, no había movimiento, no había reacción, aunque lo intentaba con todas mis fuerzas no parecía darse cuenta de que estaba viva, aunque puede que a simple vista no lo pareciera.
Probó a tomarme el pulso. Débil.

-Aless, ¡¡¡vuelve!!!.- decía mientras insuflaba aire en mis pulmones e improvisaba un masaje cardiaco…

Uno…dos…tres…cuatro

Bocanada de aire
Bocanada de aire
Bocanada de aire

Uno…dos…tres…cuatro

Nueva bocanada de aire
Una brisa ligera de aire helado, pareció querer devolverle la vida a mis pulmones.
Volvió el latido.
Abrí los ojos.
Lo primero que vi fueron sus ojos, en ellos tenía reflejado el miedo, un miedo frío, terrorífico. Me tomó por las mejillas y me besó, con ansia, como si hubiera temido no poder besarme una vez más.

-Charlie.- musité
-¿Estás bien?,¿ puedes moverte?.- dijo mientras con sumo cuidado me ayudaba a incorporarme.
-Creo…creo que sí.-titubeé, lo cierto es que un dolor lacerante me atenazaba los muslos, y una fuerte punzada en mis partes me advertía de que algo no había ido bien.
-¿Qué ha pasado Charlie?
-No lo tengo del todo claro, pero he sentido verdadero pavor.
-Supongo que la sugestión colectiva ha hecho que todo fuera casi real, me siento dolorida, como si me hubieran dado una paliza.

Me di la vuelta para ponerme la capa y salir de aquel lugar, todos los demás habían ido abandonando la cripta, cuando un grito ahogado me sobresaltó.

-¿Qué pasa?.- le pregunté
-Aless, tu espalda, estás sangrando, tienes varios arañazos profundos, y estás llena de moratones, vamos te llevo al hospital.
-Entonces ¿no me lo he imaginado?, ¿estaba pasando de verdad?.- llevé mis manos hacia la parte baja de mi vientre, un fino hilillo de sangre teñía la parte interior de mis muslos.
-Vamos Aless, debería verte un médico.
-No.- dije tajante
-¿Qué no?, tú no te has visto, estás toda amoratada y sangrando, deberían examinarte y…
-No.- repetí con tozudez.- ¿cómo íbamos a explicar esto? vámonos a casa y me curas allí, por favor Charlie, sácame de aquí.

Parecía dudar.

-Estás loca, ¿sabes? ¡Loca!, no volveremos aquí nunca más.-dijo con semblante serio.- esa gente es peligrosa, ¿me oyes? Nunca más.
-Pero lo tienes, ¿verdad?, ¿lo has grabado todo? Una última vez, y lo dejo, de veras, te lo prometo, una última vez.
-No, nunca más.- sentenció.- escribe tu tesis con el material que tienes, será suficiente.

Aunque renqueante, había logrado llegar al coche, Charlie se puso al volante y aceleró, quería escapar de ese lúgubre lugar para siempre.
Llegamos al número 18 de Saint Leonard’s Terrace, en el barrio de Chelsea. Mi casa, un edificio victoriano de dos plantas, donde había vivido uno de los escritores que más admiraba, Bram Stoker. Su Drácula constituía mi libro de cabecera. Me había enamorado del personaje desde el mismo instante que abrí las tapas de la novela y lo poseí, “he atravesado océanos de tiempo hasta encontrarte” le dice a su amada en la versión cinematográfica, y yo había deseado ser Mina desde ese mismo momento, la más bella historia de amor jamás explicada, nadie me diría nunca nada parecido, ni por asomo, además cuando era muy joven ya me vaticinaron que jamás me enamoraría de un hombre.
Mi mente todavía divagaba saboreando de memoria párrafos enteros del libro, cuando la voz de Charlie me devolvió a la realidad, ya había aparcado el coche frente a nuestra casa y me ayudaba a subir las escaleras hacia la primera planta, donde teníamos la vivienda, en la segunda Charlie había instalado su estudio de pintura.
Me desnudó e introdujo en la bañera, el contacto con el agua caliente hizo que casi de inmediato me sintiera mejor, Charlie me estaba limpiando la espalda de los restos de sangre seca, que se habían quedado adheridos a los bordes de los cuatro profundos arañazos que surcaban mi espalda, y que ahora podía observar a través de la imagen que me devolvía el espejo, desde el fondo del baño. Me puso un camisón muy liviano y nos fuimos directamente a la cama, sólo tenía ganas de dormir y olvidar.
Una caricia gélida rozó por una fracción de segundo el dorso de mi mano y me estremecí, noté que el corazón se desbocaba y buscaba sin éxito la causa de mi excitación. Una sombra quizás, se me escapaba, notaba su aliento muy cerca de mí, pero no podía verle la cara. Corría a su encuentro pero siempre llegaba tarde. Sólo era un impulso, una corriente electrizante, jadeaba y me desperté de repente.
Charlie me tenía abrazada por la cintura y apoyaba su cara en mi pecho, mi corazón latía muy deprisa, y el sudor hacía que el camisón se adhiriera a mi cuerpo como una segunda piel.
Encendí la luz, un escalofrío recorrió mi espina dorsal, mi vientre seguía palpitando. Cerré la luz y me acurruqué junto a Charlie. No pude volver a conciliar el sueño lo que quedaba de noche.

MARCO
Hace un par de horas que discutimos sobre lo mismo, el tema que nos ocupa desde hace ya algunas semanas, desde el momento que por fin dimos con su paradero habíamos empezado a deliberar sobre qué haríamos con ella al encontrarla. Pero ahora, tras haberla conocido no es como me la había imaginado, si es que alguna vez fantaseé con eso. Miro cómo el cielo va ennegreciéndose, la luna y las estrellas preceden al condenado sol. Entra frío a través de las ventanas, por eso me gusta Suiza, porque siempre hace un tiempo equiparable a nuestra temperatura corporal.
Paso las manos por mi pelo, le miro a los ojos, y juro no entenderle, después de más de mil años, sigo sin comprender qué conexiones mentales le llevan a tomar cierto tipo de decisiones. Pero es él, mi amigo, como un hermano, y estoy ahí para apoyarle y defenderle, aunque no entienda sus razonamientos, es lo que se podría llamar solidaridad a ciegas.

-Sé que no lo entiendes.- dice dejándose caer sobre la butaca de su izquierda.
-Sé que sabes que no lo entiendo, pero juegas con ventaja porque también sabes que aún y así voy a darte mi apoyo.-me mantengo de pie, tras mi mesa.- aunque a todas luces sea un error.
-Error fue convertirla, lo que no es un error es hacerme cargo de ella ahora.
-¿Tú qué piensas Stephano?-miro al hombre que se mantiene en silencio al otro lado de la estancia.
-Creo que no encaja en la Fortaleza, tiene un carácter extraño, pero…
-Pero no podemos deshacernos de ella.- se apresura a decir Samael.- Marco…
-Lo sé, lo sé… -me siento en la butaca frente a él.- está bien, no puede ocasionar mucho alboroto, sólo es una niña ¿no?-digo paseando la mirada por ambos.

Todavía recordaba el viaje que le había hecho pasar a Stephano, quien nos había contado el pulso que había mantenido con ella en el bosque, sus impertinencias… sin duda, Stephano guardaría un buen recuerdo de ese viaje, como yo guardaba el mío propio de mi escapada a Londres, un pequeño tesoro a modo de recuerdo, aquellos ojos verdes…

-Marco.- la voz de Stephano me devuelve a la realidad.- si decides darle una oportunidad mi consejo sería mantenerla permanentemente con vigilancia, es rápida, ágil, astuta, y empleará cualquier truco para obtener lo que quiere, es lista.
-Sí, desde luego no podemos exponernos a que vague por la Fortaleza, hasta que demuestre que se puede confiar en ella, que muestre signos de adaptación, pero ¿quién?, ¿quién podría encajar con su perfil?, ¿a quién encomendar la misión de su adiestramiento, de su adaptación?.- Medito, pero mi mente vaga libre.
-¡¡Stephano!!.- y la voz de Samael, aunque jovial, parece una Sentencia para nuestro compañero.
-¡¡Ni hablar!!.- se gira mirándome.- Marco no me puedes hacer eso…No, me niego.
-¿Por qué no Marco?, Stephano lleva con nosotros muchos siglos, y a la vista está que si ha sido capaz de soportarnos a nosotros, esa chiquilla no va a doblegarle. –se ríe Samael mientras se levanta a buscar una copa.-además ya ha tenido ocasión de lidiar con ella.

Vuelvo a pasarme la mano, esta vez desde la frente hasta el nacimiento de mi pelo, de poder evitarlo nunca dejaría que alguien como esa chica anduviera correteando por los pasillos de mi casa, alborotando una paz que hemos adorado durante milenios. Ellos siguen hablando. La otra alternativa sería matarla, pero estaba claro que Samael se oponía rotundamente a esa posibilidad. Vuelvo a la realidad.

-Sabes que de no ser porque la mordiste tú, le cortaría la cabeza, ¿verdad?
-Lo sé, y agradezco que no lo hagas. –bebe un largo sorbo de su copa.

El alcohol, aliado anestesiante de los sentidos para los humanos, un líquido de lo más insípido para nosotros, nos transporta a esa humanidad perdida, y nos hace parecer humanos a ojos de quien nos mira, nada más inocente y menos sospechoso que un hombre con su copa en la mano. Miro a Samael, que quiere enmendar su error del pasado, y a Stephano, que haría cualquier cosa para ponernos las cosas fáciles a ambos. Me levanto, ya está todo dicho, y aunque sé que va a ser un error no voy a discutirlo más.

-Tómate un trago Stephano.- digo al abrir la puerta.- lo vas a necesitar.

Mando llamar a Ever, se supone que está esperando en una de las salas contiguas, aunque bien pudiera ser que la encontraran colgada de la lámpara de araña haciendo de trapecista, si mi secretaria viniera con tal información, en absoluto me sorprendería.

-Gracias.- dice Samael dejando su copa en la mesa auxiliar.
-Responsabilizaos de ella, los dos.- les señalo con el dedo alternativamente.- no quiero saber nada de sus locuras.

Vuelvo sobre mis pasos, Samael sigue sentado en una de las butacas que rodean la mesita de té, absurdo nombre para una mesa que desde que fue colocada en esa ubicación había sostenido de todo menos té. Stephano se mantiene como siempre algo alejado, de pie, callado, y si no fuera por su ruda presencia, que sin duda llama la atención, a veces me olvidaría que está ahí. Tomo asiento en la otra butaca, miro el reloj, no tengo tiempo que perder, o mejor dicho, no me gusta que me hagan perder el tiempo. Me impaciento.

-¡Pero dónde demonios está!-digo enfurecido.

Me levanto y salgo de mi despacho siguiendo el rastro de esa chica, con mis dos acompañantes pisándome los talones. Paso de largo la sala en la que se supone debería estar esperando, y subo unas escaleras siguiendo su peculiar aroma.

Regalo de los 400 Me Gusta… ¡Tempestades!

Hoy me he levantado contenta…

Teníamos casi 400 likes en la página del face…

Al medio día, sentada en un kayak remando a pleno sol no he podido evitar reírme a carcajadas cuando Yolanda me ha asegurado que de regalo íbamos a tener que dar condones de sabores porque lo que teníamos pensado no iba a llegar a tiempo.

A media tarde, se me ha encendido la bombilla, en plan dibujo animado… «clink clink cliiiiiink» Yolanda, que te parece si… ¡Y le ha parecido bien! suerte que solemos coincidir en casi todo, porque discutir con ella es difícil, lleva las argumentaciones en la sangre…

Bueno ¿y todo este rollo? os preguntareis. Pues nada, os estoy haciendo la del japonés en Barajas (perdón, Adolfo Suárez jeje)

Aquí tenéis nuestro pequeño regalo…

Las cuatro primeras intervenciones del libro TEMPESTADES, la segunda parte de la Saga Océanos. ¿No os preguntabais cómo había llegado Ever a la Fortaleza? ¡Pues sólo teneis que leer las siguientes páginas!

Disfrutad.

TEMPESTADES

EVER
Inmortal estaba lleno esa noche, como casi todas las noches. Y más si contábamos con que era fin de semana. Entro sin hacer demasiada cola, nos conocemos entre nosotros y tenemos un trato de favor hacia nuestra especie. Me aprieto entre la marabunta y doy un par de empujones para poder llegar a la barra. El cartelito indica un aforo máximo permitido de 200 personas, pero desde mi posición puedo comprobar que se sobrepasa con creces. Fuera la noche es fría, casi hielo, pero dentro el calor que rezuman tantos cuerpos moviéndose al unísono al ritmo de la música hace que el calor sea exasperante. Me despojo de mi camisa de manga larga quedándome en tirantes. Observo el panorama de Inmortal esa noche, las había habido mejores.

-¿Te pongo algo?-grita el camarero
-No veo aún nada que me apetezca-contesto al tiempo que le guiño un ojo.

Sigo escuchando la música mientras mi pie se mueve al compás de los acordes. Desde la barra puedo no sólo ver la pista de baile, sino también la parte superior del local, los baños y el guardarropía, al que se accede por dos escaleras de caracol. El humo de los cigarrillos, el sonido estridente… creo que empiezo a hacerme vieja para tanta fiesta. Llevaba dos semanas en Alaska, y pronto me iría. No me gustaba nada la idea de que él diera conmigo, porque no habría sabido explicarle por qué me largué, creo que ni siquiera sabría explicármelo a mí misma.

-Uuuaaauuuu molan tus lentillas rojas.-dice acercándose mucho a mi.
-¿Si?.- como única respuesta
-Soy Raven, off course es mi nombre vampírico, claro.
-No sabía que habían nombres vampíricos, la verdad.
-¿Eres nueva por aquí?- me pregunta.
-Más o menos.
-Pues te diré, para tu información, que soy un vampiro. Para ser más exactos lo era. Soy una princesa de las tinieblas pero me veo presa en este cuerpo del que algún día escaparé.

La miro de arriba abajo y no puedo evitar reprimir una carcajada, ella tenía de vampiro lo que yo de monja de clausura. Pero si es feliz creyendo esas patrañas ¿quién soy yo para desilusionarla? Raven sigue hablando y aunque la escucho alto y claro, debido a mi buen oído, finjo no entender lo que dice. Deseo que se aleje de mí. Inmortal es un punto de encuentro para todos esos neo-góticos que se creen tocados por la mano de Satanás. Pero en realidad somos pocos los no muertos que nos encontramos allí, y podemos identificarnos fácilmente por el olor.

-¿Vienes o no?
-¿Perdona?-ahora sí me había despistado
-A la sala VIP. Es sólo para Vampiros, pero si vienes conmigo te dejarán entrar. ¿Te animas? Puedes ser una donante.

Empiezo a seguirla por entre la gente, algún que otro borracho y alguna tía perdiendo ya las formas, y sólo era cerca de la media noche. Subo a trompicones por una escalera, y no es que yo me caracterice por mi torpeza, todo lo contrario, pero verdaderamente ese local ha superado con creces su aforo, demasiados corderos para un matadero tan pequeño. Me cruzo con muchos “vampiros” pero sólo con un vampiro. Nos saludamos con un ligero movimiento de cabeza. Para entrar a la sala VIP necesitas pasar por un minucioso control de calidad que ejerce el portero, un armario ropero lleno de tatuajes, que sabe de calidades lo que yo de física cuántica, pero en fin, dejo que me examine, que no es más que una excusa para meterme mano, y me de el aprobado raspado, pero que, según mi acompañante, me abre las puertas al paraíso. Es una sala pequeña, estilo chill out, 20 o 30 cojines desparramados por el suelo, telas rancias y enmohecías colgadas del techo y sin otra luz que la de las velas.

Pienso en la cantidad de maneras en que una de esas pequeñas llamas puede entrar en contacto con las telas y hacer de esa sala un puto horno crematorio, podría ser un golpe de aire, o un estúpido manotazo de esos torpes “vampiros”, podría desprenderse una de esas telas y caer encima de las velas, en fin, millones de posibilidades para un mismo fatídico desenlace. Y yo estaría ahí para reírme. Raven habla con un chico ojeroso y paliducho, otra de las ventajas de ese local, el color blanco roto es el no va más. Miro a mi izquierda donde un grupo mayor de personas está reunido, dos en el centro y el resto como si fueran una corte. Todos ataviados con ropas que sin duda pertenecieron a sus bisabuelas. Raven se acerca a mí con el chico ojeroso que me observa los ojos.

-El rojo ya no se lleva.-dice de golpe.
-¿Quiénes son?-digo señalando con la cabeza en dirección al grupo.
-¿Ellos? Son Kenc y Brila los reyes vampiros, proceden de un largo linaje y no sé qué dioses de la noche. No puedes acercarte a ellos sin autorización. Este es Jon –dice cogiendo la mano al ojeroso- ella es… ¿cómo has dicho que te llamabas?
-No lo he dicho.

Camino directa a esos grandes reyes, dando la espalda a mi nueva amiga. Unos ojos verde manzana me miran con soberbia, y repasan mi atuendo, sin duda mucho menos ostentoso que el suyo. Aguanto la mirada hasta que se desvanece.

-¿Quieres?-me ofrece él.

Miro a la chica sentada a su derecha un pequeño corte en el brazo hace que se deslice por el mismo un pequeño riachuelo de sangre. Kenc pasa su lengua por el corte y saborea la sangre. No sé a qué puede saberle la sangre a un humano, pero a mí me sabe a gloria, así que me arrodillo encima de una almohada y acerco mi lengua a ese brazo. Sin duda la chica notará la gran diferencia de succión entre su “rey vampiro” y yo. Y como no podía ser de otra manera siento ganas de matar. La sangre de esa chica me parece un lujo que quiero poseer. Aprieto los labios sobre ese brazo, procurando no morderla y succiono tanto que creo que en breve saldrá por ahí su páncreas. Dos fuertes brazos me agarran para apartarme de ella, por lo visto ha empezado a gritar como si estuviera poseída, pero aunque esos dos hombres que me agarran tienen mucha fuerza, mi cuerpo no cede ni un milímetro. Cuando por fin comprendo que toda la sala VIP está pendiente de qué pasa en ese rincón, me aparto de ese brazo levantando las manos con las palmas de frente, en señal de inequívoca rendición. Una pequeña gota del líquido viscoso se desliza por la comisura de mis labios y la atrapo al vuelo con la punta de la lengua, antes de que caiga desperdiciada al suelo.

-Realmente suculenta.-digo al fin.

Pero ya es demasiado tarde, mi presencia ante los reyes ya no es bienvenida, así que me acompañan a la salida, para que no decida volver a entrar. Salgo otra vez al Inmortal de los pobres, de los que no son personas especiales. Otra vez a la barra del bar donde recojo mi camisa, y aunque no me hace falta, porque yo no siento el frío, me la pongo para salir a la calle. Saludo con un golpe seco de cabeza al portero. Y me dirijo a las afueras de la ciudad, donde cualquier prostituta me servirá para saciar mi sed.
Compruebo mis espaldas al dar la vuelta en cada esquina, no quiero ser sorprendida por nadie, y menos por él. Toda la vida pendiente de quien quiera arrancarme la cabeza, que inmortalidad más injusta, algunos se dedican a sacarse carreras, y yo a vigilar en no convertirme en polvo.

Pero de lo único que sirve mi vigilancia es para comprobar que la chica “vampiro”, Raven, me sigue al exterior del local. Intento andar más rápido para perderla pero ella corre para darme alcance, cuando está a mi altura me agarra del brazo para frenarme. Pongo los ojos en blanco, me está empezando a molestar esa humana. Mueve la cabeza en forma de negación, como quien está decepcionado con el comportamiento de un niño y debe reprenderle.

-¿Se puede saber qué ha pasado ahí dentro?-dice de golpe
-Me gusta la sangre, ¿eso es malo?
-Sí cuando ¡casi matas a la chica! Por Dios… ¡qué entrada!
-Psss-le quito mérito
-Si quieres.-empieza-.puedes acoplarte conmigo.
-¿Perdona?-abro desmesuradamente los ojos
-Bueno, es evidente que no tienes donde ir, así que…
-¿Es evidente?-pregunto encogiéndome de hombros
-Sí, esa ropa, ¿Cuántos años tiene? Salta a la vista que no tienes a donde ir ¿O estoy equivocada?
-No.
-¡Pues decidido! ¡Te acoplas conmigo!

Andamos por las viejas calles de la ciudad, gloriosa hace siglos y de lo más cutre ahora, calles empinadas, con los baldosines sueltos y socavones a cada esquina. Andamos hasta un edificio medio en ruinas pegado a lo que antaño parecía haber sido una próspera fábrica textil. Cerca de un riachuelo. Un sitio de lo más “acogedor”. Raven empieza con un ritual extraño, gira la llave, da dos patadas a la puerta, vuelve a girar la llave y por fin abre con un empujón de su cadera. Yo la miro a una distancia prudencial, esa distancia de seguridad que debemos respetar todos los de mi especie para no terminar haciendo una carnicería cada vez que nos rodeamos de humanos, o al menos de un humano solo, en las afueras, sin nadie que pueda escucharle gritar. Sería tan fácil, pienso, no hay nadie, y dudo que tenga una familia que la eche de menos. Raven se aparta para darme paso a su hogar. Una planta abuhardillada, con suelos de hormigón, muebles recién adquiridos en el Ikea y una tele que dudo que sea en color. Raven se despoja de su capa, sí, lleva capa, y de las botas de tacón de aguja y me invita a que yo haga lo mismo. Pero prefiero quedarme de pie y esperar. Volteo sobre mi misma intentando empaparme de todos los detalles, algo que me indique el nivel de locura de la chica que tengo a pocos metros. Cruces invertidas, fotos de vampiros, algún poster de Brad Pitt haciendo su lamentable papel de Louis… pero nada personal, ni una foto suya, de sus padres o de su gato. Raven se acerca a la nevera y me ofrece un botellín de agua que rechazo.

-Bueno, ¿qué te parece? Cool…¿ verdad?-dice sentándose en el sofá

Me rasco la cabeza a la vez que entorno un poco los ojos para ver si se me escapa ese pequeño detalle que hace que esa chica defina ese antro como cool. Pero no veo nada, y eso que seguro tengo la vista mejor que ella.

-Sí, que te pasas.-digo al fin
-Sabía que te encantaría, ¡oye! Aún no sé ni tu nombre
-¿Tienes por costumbre invitar a tu casa a gente que no conoces?-la pregunta sale sin más
-No.-se queda pensativa un rato.-bueno ¿vas a decirme cómo te llamas o tengo que adivinarlo?
-Ever.
-Ever… ¿de dónde sale ese nombre?
-No lo sé…
-Bueno Ever, chica de la sangre, puedes acoplarte ahí mismo-señala un sofá viejo y un poco destartalado-no es el Buckingham Palace, pero no está mal.

Me siento en esa mierda de sofá y pongo los pies sobre una caja de madera que supongo tiene esa finalidad. Empiezo a moverme en la butaca esperando darle forma rápidamente. Raven, tumbada a mi izquierda, empieza a cerrar los ojos. Un ligero sonido envuelve poco a poco la estancia, su respiración se hace más pausada y profunda y un pitido sale de su nariz, en cada exhalación. Miro mi ropa, esa que ha delatado que no tengo un sitio donde caerme muerta, si es que el caerme muerta entrara en mis planes, que lo dudo. Y sí, está vieja y desgastada, paso los dedos por los agujeros de la falda, fuego amigo, metralla, guerra… ¡joder! Ese vestido ha vivido muchas cosas, me apena tirarlo, pero puede que sea el momento de dar paso a las imitaciones. Y es que no todos podemos lucir un vestido auténtico del siglo XVIII, cuando muevo la falda aún puedo notar el olor a alcanfor que desprende.

“En 1863 Nueva Ámsterdam era un barrio viejo y desgastado, en donde las bandas callejeras habían dominado la vida social. Las calles que me habían visto crecer estaban llenas de suciedad y pobreza. Paseé lentamente por esas calles hasta llegar a dónde había vivido, mi hogar. Por más que hubieran cambiado las cosas encontré el camino casi con los ojos cerrados. Y ahí estaba. Me planté en frente de mi casa, convertida ahora en burdel después del incendio. Me apenó ver ese lugar tan maravilloso convertido en escoria. Pude pasear sin que nadie me reconociera o me relacionara con ese sitio. Las familias habían crecido, muchas seguían ahí, los hijos de los hijos de los hijos, otras se habían mudado y otras simplemente habían desaparecido.
Conocí al padre Vallon al día siguiente de llegar. No sé muy bien por qué regresé a ese sitio, supongo que nostalgia. Estaba en mi antigua casa, ahora llena de fulanas, cuando el padre Vallon vino a mí. Hablamos durante horas, conocía a mi familia, de oídas, ya que el apellido se perdió conmigo, bueno con la hija que desapareció, el mismo día que también desapareció otra chica de la zona, de la misma edad. El hombre recordó el hecho como algo que marcó profundamente a la comunidad, aunque fui yo quien había marcado algo en alguien, no pude evitar sonreír al pensarlo. Victoria, mi primera víctima, la que había sido mi amiga de la infancia, ahora reconvertida en mi fantasma particular. Muchas más víctimas vendrían después de esa, pero fue ella quien marcó mi inicio en la vida eterna. El padre Vallon hablaba con tristeza de esas pobres chicas, sin saber que a una de ellas la tenía justo en frente.”

Me río, sentada en ese sofá, en ese antro de mierda en el que me encuentro. Me muevo para acomodarme mejor. Los vampiros no soñamos pero tenemos grandes recuerdos a los que podemos aferrarnos, como los mejores sueños de los humanos. Tengo muchos y grandes momentos para evocar, son muchos años, miles de vidas para poder recrear en mi mente, es lo que tenemos los inmortales, y después de todo, los recuerdos son lo único que nos queda.

Raven, en el sofá de al lado, sigue durmiendo como un tronco, se mueve apenas unos milímetros y sigue haciendo un ruido estridente con la nariz. Me quito los zapatos y vuelvo a acomodarme. Faltan sólo unas horas para el amanecer. Miro la ventana y pienso en millones de sitios mejores donde estar, millones de sitios donde me gustaría ir, y ninguno de esos sitios es ese almacén reconvertido en vivienda.

Los primeros rayos de sol empiezan a despuntar, y entran por el techo de uralita desconchada que da cobijo a esa pobre infeliz. No la he matado. Creo que ha sido por pereza. Finalmente ese sofá me parece de lo más cómodo. Raven no se ha movido en toda la noche, sólo denota que está viva por ese característico aleteo de su nariz acompañado del estridente pitido. Cuando despierta y aún me ve sentada en la misma posición, con los pies encima de la caja… sonríe. ¿sonríe? Yo de verdad no entiendo a los humanos.

-¡Buenos días chica de la sangre!
-Buenos días princesa de las tinieblas-aún me descojono pensando en su historia.
-¿qQuieres desayunar algo?
-A tí.
-¡Ja! Que graciosa es la chica de la sangre.
-Que ilusa es la princesa de las tinieblas.

Mis movimientos son rápidos. Antes de un parpadeo estoy detrás de ella, con mi pecho pegado a su espalda, mi mano derecha rodeando su cintura y mi mano izquierda ladeando su cabeza para hacerme más accesible su garganta.

-Como broma está bien, ahora suéltame-dice Raven

Clavo mis dientes en su cuello y me aparto. He desgarrado su carne y sus músculos y observo, deleitándome, como empieza a brotar la sangre.

-Me duele-dice ella

La punta de mi lengua se afana en recoger ese líquido viscoso pero dulce y sabroso. Suelto su cintura y con la mano derecha clavo un poco las uñas para hacer el desgarrón de su cuello un poco más grande y profundo. Me chupo los dedos. Pego mis labios a su cuello y empiezo con el baile de la muerte. Lo denomino así porque si suelto a Raven su cuerpo se balancea y yo con ella. Sin despegar los labios de mi fuente de alimentación, su respiración se agita, su corazón se acelera y su mente se nubla, lo he vivido antes.

-Voy a morir.-afirma

Sí, pienso, esa es la idea, para eso estamos aquí, para eso me has invitado, sabías perfectamente cuál iba a ser tu final. Y no lo has dudado, es lo que deseas, deseas la muerte y yo sólo cumplo con tus más oscuros deseos. No quieres ver amanecer otro día en este antro, no quieres recordar lo que un día tuviste y de pronto se te esfumó. Estás sola y no te gusta. Quieres la muerte y yo te la proporciono.

Dejo caer su cuerpo inerte.

-Descansa en paz, amiga…
-Ala, otra mancha en tu historial.- se queja con voz chillona.
-¡Hombre tú por aquí!, ya te echaba de menos.
-¿En serio?
-No, para nada. ¡Esfúmate!

STEPHANO
Me he deshecho de sus brazos hace un rato, le pedí que se marchara, pero cuando salgo de la ducha sigue desnuda, remoloneando en la cama, no entiendo ese afán de las mujeres por hacer durar las cosas, por alargarlas, sólo ha sido un polvo, más allá de compartir un par de orgasmos no busco nada, no voy a compartir mi intimidad con ella, ni con ella ni con nadie, ni siquiera recuerdo su nombre, es posible que lleve años entre nosotros, pero sólo hemos coincidido unas pocas veces.
Ni siquiera se ha marchado y ya siento que ha sido un error, mis fuertes convicciones por mantenerme al margen de todos esos juegos de seducción, se han ido al traste, ha sido la primera vez y me hago la firme promesa que no se volverá a repetir, nunca he buscado satisfacer mis apetitos dentro de nuestro círculo, y mucho menos dentro del Castillo, durante siglos nadie ha perturbado la soledad de mi estancia, no sé muy bien por qué sucumbí a sus encantos, la miro de soslayo, aunque a decir verdad tiene unas bonitas piernas.

Desenrollo la toalla de mi cintura y me pongo los pantalones, recojo su vestido del suelo y se lo lanzo.

-Lárgate, tengo una reunión y no quiero llegar tarde.
-Pero….
-Vamos, puedes ducharte en tu habitación.- hago que se levante y la acompaño hasta la puerta, que abro incluso antes de que termine de recoger del suelo sus zapatos.
-Pero espera, deja que me vista…
-Hace un rato no parecías tan tímida….- y cierro la puerta tras de sí al tiempo que escucho claramente como, entre dientes, me llama gilipollas.

Me pongo una camisa negra que saco del armario y abandono mi habitación. Recorro los mismos pasillos que vengo recorriendo los últimos siglos, el Castillo, que entre nosotros llamamos La Fortaleza, apenas ha sufrido transformaciones desde su construcción, parcialmente excavado en la roca y prácticamente invisible entre las montañas para ojos inexpertos, nos ha garantizado desde tiempos inmemoriales pasar completamente desapercibidos.

Los mismos muros de piedra que año tras año, siglo tras siglo, nos contemplan y dejan resbalar por su lisa y fría superficie murmullos que han ido atesorando y parecen haberse grabado sobre ellas, resquicios de otras épocas, secretos largamente conservados sin hacerse públicos, y aunque esas vetustas paredes parezcan tener oídos nunca han dejado trascender nada al exterior, los murmullos nacen y mueren en el interior de la Fortaleza.
Cuando llego a la gran escalinata de mármol bajo los escalones de dos en dos, hasta la planta baja, en dirección al amplísimo salón de reuniones, situado en la vertiente sur del castillo. Al abrir la puerta compruebo que Marco ya está dentro, sentado en su sillón, a la cabecera de la enorme mesa ovalada, ante un voluminoso expediente, sólo está él, ningún otro miembro del Consejo ha sido convocado, me sorprende que no me haya citado en su despacho, de forma más informal, lo que me hace suponer que el asunto es delicado, es posible que él mismo haya suspendido la reunión que estaba prevista.

-Te estaba esperando.- dice sin levantar la cabeza de la hoja de papel que sostiene en sus manos.- sirve un par de copas y siéntate.
-¿No esperamos a nadie más?.- pregunto mientras sirvo un par de dedos de whisky en dos vasos anchos y pesados de cristal grabado con intrincadas formas vegetales.
-No, aplacé la reunión en el último momento, ha surgido un asunto urgente, de vital importancia.- dice levantando al fin la cabeza del dossier.
-Sí que debe ser urgente.- contesto tomando asiento en el sillón de su derecha, acercándole uno de los vasos, mientras doy un trago del mío y lo dejo a un lado.- he oído que las cosas se han puesto muy feas en el sudeste asiático… ¿así de urgente?
-Valóralo tú mismo…nada tiene que ver con Asia- dice deslizando el dossier hasta mi posición.

Lo abro y echo un vistazo, no necesito demasiado para comprobar lo delicado del asunto, de hecho es un tema no resuelto desde hace siglos, una especie de lacra que pesa sobre la cabeza de uno de los miembros del Consejo desde hace ya demasiado tiempo, y que al parecer puede que estemos cerca de zanjarlo.

-Ya veo, efectivamente, entiendo que pase a ser un tema prioritario…- reflexiono en voz alta mientras apuro mi trago.
-Vas a encargarte tú en persona, no puedo confiar algo así a nadie más…
-De esto puede encargarse cualquier otro, Marco
-Stephano, no puede volver a escapar, se debe zanjar de una vez.
-Pero…necesito acción, creo que empiezo a anquilosarme, creí que me destinarías a Asia, a controlar la insurrección…
-Este asunto es prioritario, lo sabes, y no puedo arriesgarme a que se me vaya más de las manos…Y todavía es pronto para llamar insurrección a lo que está sucediendo en Asia.
-Joder lo sé, lo sé…pero pensé que entraría en acción y en cambio me envías a hacer de canguro de una chiquilla.- miro la fotografía con desdén.- que aparenta…¿dieciséis o diecisiete años?.- no entiendo cómo ha podido darnos esquinazo tanto tiempo.
-Partirás de inmediato.-zanja el tema.

Lanzo el cigarrillo a un charco de la acera y paso las puertas giratorias, no hay demasiada gente en el aeropuerto a esas horas, no llevo equipaje, tan sólo una pequeña bolsa de viaje de piel negra, tras obtener mi tarjeta de embarque paso los arcos de seguridad y espero a que anuncien mi vuelo.
Me he alimentado antes de salir, los siglos acumulados a mis espaldas hacen que mi necesidad de sangre no sea acuciante, puedo pasar semanas sin probar una gota, pero nunca está de más iniciar un viaje habiendo saciado la sed, nunca se sabe qué puede deparar el destino, aunque esto será rápido y sencillo, una vez que ha sido localizada, el trasladarla hasta la Fortaleza no será un problema, todavía no me puedo creer que tenga que atravesar el atlántico para hacerme cargo de una vampira díscola y a todas luces rebelde, me jode pensar que podría estar camino de Asia… me consuela que sólo se trata de un aplazamiento.
Cuando por megafonía nos indican que podemos desabrocharnos los cinturones, cierro los ojos y finjo dormir, no tengo ganas de mantener una estúpida conversación intrascendente con mi vecino de asiento, que parece un poco decepcionado con mi actitud.
Al llegar al aeropuerto internacional de Juneau le doy al taxista la dirección y me acomodo en el asiento de atrás, estoy seguro que tras las primeras frases de intercambio, mi mirada le disuade de continuar con su conversación.
Tras casi media hora de recorrer una carretera poco transitada y observar por el cristal de la ventanilla un paisaje monótono de hileras interminables de frondosos árboles, situados como centinelas a ambos lados de los arcenes, la mayoría salpicados por una fina capa de escarcha helada en sus copas, llegamos a un motel que aparece de pronto, como surgido de la nada. Le pido al taxista que lo pase de largo, me mira con cara de extrañeza pero estoy seguro que los ojos que se enfrentan a los suyos a través del pequeño espejo retrovisor, vuelven a disuadirle de decir nada, le indico que pare un par de kilómetros después.
No resulta complicado acceder a una habitación de la segunda planta, sin ser visto. Echo un rápido vistazo, sabiendo de antemano que no ha pasado la noche aquí, su aroma aparece un tanto difuminado, pero sin duda debe tratarse de la vampira hembra que he venido a buscar.
Me siento en la cama, subo las piernas y cruzo los pies uno encima de otro, apoyando mi espalda contra el cabecero, y cojo una revista de esas que no me interesan en absoluto, dispuesto a esperar.

EVER
Abro la puerta y un sol naciente impacta en mi cuerpo, cierro rápidamente la puerta y me apoyo en ella. No pudo creerme que este ahí atrapada. Vuelvo sobre mis pasos al interior del antro. Paso por encima de Raven intentando no pisarla, tratando de imaginar dónde puede tener escondida la ropa alguien como ella. Un baúl, lo abro y ahí está lo que necesito. Busco entre los trapos hasta que encuentro algo que me sirva para mi fín, una sudadera color verde lima, unos guantes de cuero negros y unas enormes gafas de sol, servirá. Me enfundo la sudadera encima de mi ropa, la falda se desliza hasta mis tobillos dándose de patadas con la sudadera verde. Me subo la capucha, me pongo las gafas de sol y los guantes.

Camino por las calles con la cabeza baja, intentado mezclarme con los cientos de jóvenes resacosos que vuelven a sus casas un sábado por la mañana, y me alegra comprobar que no soy la que lleva las peores pintas. Un grupo de tres chicos se cruza en mi camino y me miran de arriba abajo, sin darse cuenta que sus caras no son mucho mejores que la mía. Me bajo más la capucha e intento andar rápidamente hacia mi motel de las afueras. Cuando entro, el recepcionista me saluda al tiempo que me desprendo de la capucha y las gafas de sol. Es un motel bonito, sin grandes lujos, pero confortable. Llevo aquí dos semanas y no creo que pueda quedarme mucho más. Hago girar la llave en la cerradura y abro la puerta, me quito la sudadera en el pasillo y voy directa al baño, necesito una ducha, me miro al espejo, levanto los brazos para empezar a desmontar el elaborado peinado y…

Lo veo. A través del espejo puedo ver a un vampiro perfectamente vestido, sentado en MI cama, leyéndose una de MIS revistas. Termino de sacar la horquilla y la deposito con cuidado encima del mármol. Me doy la vuelta poco a poco y lo miro, y todo mi mundo se desquebraja en un instante, escondiéndome del malo me han encontrado otros peores. Mi existencia estaba condenada desde el día que me mordió, después de tres siglos logrando pasar desapercibida, había bajado la guardia. O quizás fue mi vida con Scotch lo que me había protegido evitando que ellos dieran con mi paradero. ¿Ahora qué? ¿Morir? Yo no había hecho nada malo, por qué no mataban a mi creador, eso era más justo. Yo no pedí que me convirtieran. Abro mucho los ojos, presa del pánico y la sorpresa a partes iguales, no puedo creérmelo.

-Te has confundido de habitación-digo con el tono más neutro que puedo.
-¿Tú eres Ever?-asiento-entonces no estoy confundido.
-Al menos me permites darme una ducha ¿no?
-Claro-alarga la mano como dándome paso.

Voy a cerrar la puerta del baño cuando, a mis espaldas, oigo la fricción de su lengua con el paladar y observo su movimiento lateral de cabeza indicándome que ni se me ocurra cerrar la puerta. Así que con la puerta abierta empiezo a quitarme las horquillas, lentamente, una a una, mientras las guardo en su cajita. Me quito la ropa y veo como el desconocido me mira. Abro la vieja cortina de plástico y me meto en la ducha. El agua empieza a acariciar mi cuerpo, cojo el puente de mi nariz con dos dedos y bajo la cabeza. Sopeso mis opciones. Una lucha a la antigua usanza, golpes fuertes y certeros e intentar llegar a su cabeza para partirle el cuello. Eso debería darme algo de tiempo. Suspiro. El agua sigue cayendo dibujando mis curvas. Cojo un botecito de champú de esos que regalan en el motel y empiezo a enjabonarme. Apoyo mis manos en la pared en actitud derrotista, sabiendo bien lo que va a pasar cuando abra la cortina y salga de la ducha.

-No tenemos todo el día.- la voz del vampiro suena por encima del agua
-Una chica necesita su tiempo. –me quejo, escucho sus pasos.
-Tienes un minuto.
-¿Sólo? ¡Venga! Que acabo de ponerme la mascarilla, eso son por lo menos cinco.

No me arriesgo a llegar al límite del tiempo, tomo una toalla antes de salir de la ducha, la paso delicadamente por mi rostro y mi pelo y me enrollo en ella antes de abrir la cortina y cuando lo hago me topo con unos ojos que se clavan en los míos. Sus manos cogen mi cuello y me empotran con violencia contra la pared. Instintivamente las mías cogen su muñeca para tratar de soltarme, haciendo que la ley de la gravedad impere con su sin sentido habitual. La toalla se desliza hasta el suelo dejando así al aire mi desnudez.

-¿Te gusta verme desnuda, pervertido?
-No me hagas perder la paciencia.- escupe con rabia.
-Sí, ya veo que Satanás te dotó con poca.

Su agarre a mi cuello se afloja un poco, momento que aprovecho para soltarme, coger rápidamente la toalla y volver a cubrirme con ella. Aún en el baño, el vaho empaña el cristal del espejo. Busco una salida, mis ojos pasean rápidamente por las distintas opciones, pero de pronto se detienen otra vez en él. Está a menos de un palmo de mí, noto su cuerpo casi pegado al mío, y un sentimiento de terror me invade al ver la seguridad y confianza de su rostro. Eso no puede ser nada bueno. Nunca me he rendido con facilidad, siempre he luchado hasta el final. Pero él no es un vampiro normal, y ver esa seguridad tatuada en su rostro me hace temer lo peor.

-Vístete.-dice empujándome fuera del baño
-No tengo ropa.
-¿Y eso?-señala la sudadera
-No es mío, y está sucio.
-Ever, -suspira cansado- no me lo pongas más difícil.

Se acerca a mi armario y saca un par de prendas, un pantalón negro y una camiseta de tirantes del mismo color. Finalmente, pero muy despacio, me visto, bajo su atenta mirada, el muy cabrón se está poniendo las botas hoy. Miro el interior de mi armario, auténticas piezas únicas cuelgan de él.

-Haremos que te lo lleven todo a Suiza-dice
-no sabía que leías la mente… Suiza ehhh… y tu nombre es…
-Sí, Suiza.
-¿Y tu nombre?
-Stephano.-dice cogiendo una bolsa donde se ha permitido el lujo de guardar algo de ropa del armario.
-¿Vas a matarme Stephano?-digo mirándole a los ojos.
-No, de momento.

STEPHANO
Aún he tardado más de diez minutos en sacarla casi arrastras de esa habitación, he terminado por meter el resto de sus ropas en una bolsa, pues no paraba de insistir en que eran piezas únicas, verdaderas reliquias, a mí más bien me parecen harapos, pero no tengo tiempo ni ganas de discutir con alguien que parece una eterna adolescente. Tras tirar la bolsa por la ventana, procurando no hacer ruido, la he instado a que saltara.

-Estás de broma, ¿no?
-Si no saltas te haré saltar yo mismo.
-Ah no, ¿y si me rompo una pierna?
-¡¡Salta!! o…
-Vale, vale.- dice levantando las palmas de las manos.- encima sin sentido del humor.

Cuando estoy a punto de sujetarla del brazo y lanzarla a fuera, se tapa la nariz como si fuera uno de esos cachorros de humano que se lanzan a una piscina, y salta.

Esto quizás no vaya a ser tan fácil como parecía.

Caminamos hacia el pueblo, el día es nublado y pronto anochecerá. Un grupo de casas de madera, todas pintadas de diferentes colores y en la estafeta de correos nos indican que el único autobús al aeropuerto ha salido hace una hora, así, que pese a las protestas de mi «protegida”, le digo que coja la bolsa y comenzamos a andar por la carretera, despacio y sin llamar la atención.

-¿Cómo habéis tardado tanto en encontrarme? pensaba que erais algo así como super vampiros. La verdad.- se para en seco y me mira.- me habéis decepcionado.
-No tengo que darte explicaciones.- digo pasando a su lado, sin pararme.- ¡camina!
-Es que estoy cansada… esta noche he salido de fiesta, y no he dormido nada… estoy de resaca… podrías comprarme un café, o algo, ¿no?
-No tenemos tiempo.- contesto sin prestarle demasiada atención, mientras me enciendo un cigarrillo y exhalo una bocanada de humo
-Fumar mata.
-Hablar a destiempo también.
-Touché. Entonces ¿me callo?
-Lo preferiría.- miro mi reloj y compruebo que está parado, eso o el tiempo se me está haciendo rematadamente lento.-¿qué hora tienes?
-¡La hora de irme!.- dice mientras sale corriendo como alma que lleva el diablo.

Resoplo, y salgo corriendo tras ella, definitivamente esto va a ser más complicado y costoso de lo que pretendía. Se ha internado en el bosque y continúa con su alocada carrera, en algunos momentos su velocidad la hace invisible al ojo humano, pero no cuenta con que soy zorro viejo. Atajo por encima de unos matorrales, salto una pendiente y un par de rocas ocultas tras la maleza y caigo justo delante de ella, trata de zafarse pero la hago un placaje y rodamos por el suelo.

-Vuelve a salir corriendo y te llevaré a Suiza amordazada dentro del petate.- Sujeto con fuerza sus muñecas mientras la inmovilizo con mi propio cuerpo.
-¿Te va el sado? porque se me ocurren mejores cosas que hacer amordazada… si me soltases…
-¡Basta de juegos!.- respondo mientras quito su mano de mi entrepierna, ha sido rápida al liberar una de ellas, pero no lo suficiente.- vas a venir conmigo por las buenas o por las malas, tú decides.- sujeto sus piernas con las mías, haciendo presión con mi cuerpo para que no se mueva.
-me haces daño…-se queja.- suéltame por favor… si me llevas con ellos… me condenas a muerte.
-Eso es algo que a mí no me incumbe.- digo aflojando un poco mi agarre, a pesar de que sé que no le estoy haciendo daño, tiene la misma naturaleza vampírica que yo.-¿prometes que no volverás a salir corriendo?
-Si no salgo corriendo y me comporto durante el viaje, ¿me prometes que nadie va a hacerme daño? Pareces un buen tío Stephano… ¿no pesaría sobre tu conciencia mi muerte?
-No tengo conciencia.- digo incorporándome y tirando de su mano para que se ponga también en pie.
-Gilipollas, hijo de puta.-exclama empujándome- ¡cabronazo de mierda!
-¿Has terminado?- digo limpiando el polvo de mis pantalones y mi camisa.- tenemos que coger un avión.

Calculo que deben quedar unos diez kilómetros hasta el aeropuerto, su pequeña rebelión nos ha hecho retroceder un buen trecho, ha cogido su bolsa y se pone en marcha delante de mí, parece ofendida, quizás sea mejor así, no sé cuál va a ser la decisión del Consejo sobre su destino, y no soporto esos incesantes parloteos sin sentido.

Permanezco tras ella, a unos cuantos pasos, no me quiero exponer a que se vea en la necesidad de tener que romper el bendito silencio que nos envuelve hablando de banalidades sólo por pasar el tiempo, un vampiro sabe que dispone de todo el tiempo del mundo y se hace un tanto estúpido eso que muchas veces hacen los humanos sólo «por matar el tiempo», ilusos, con el poco de que disponen y parece que disfruten malgastándolo.
Continúa sin decir palabra, sin echar un vistazo atrás, y lo mejor de todo, sin quejarse. Me he sorprendido concentrándome en su movimiento de caderas, y sin quererlo, en el final de su espalda. Rebusco en el interior de mi americana y saco un cigarrillo, que enciendo dándole una fuerte calada. Pero no tengo nada mejor que hacer y de nuevo me sorprendo examinándola. No es demasiado alta, calculo que no debe llegar ni al metro sesenta, le saco más de una cabeza, es menuda y a pesar de que sé que tiene varios siglos a sus espaldas, su aspecto es el de una chiquilla, no debe aparentar más de dieciséis o diecisiete años, aunque en las distancias cortas y si sostienes el suficiente tiempo su mirada, puedes notar que la aparente inocencia la perdió hace mucho tiempo, hace un momento no le hubiera importado abrirse de piernas para lograr su objetivo, poder largarse.

Una suave brisa mece su pelo, oscuro, de un negro intenso, que cae en cascada rebasando su cintura, y un aroma floral, dulce, que no identifico invade mi pituitaria.
Al alzar la vista descubro que el aeropuerto ya se recorta contra el cielo, en la distancia, y casi ha oscurecido. Me pongo a su altura y la sobrepaso, ni siquiera me mira, de soslayo veo algo parecido a la rabia en sus ojos, me pregunto de qué color habrían sido antes de que la convirtieran, ahora son de un negro profundísimo, y no es por la sed, por lo que deduzco que debe usar esas lentillas que nos son tan útiles.

Atravesamos el parking y las puertas giratorias, el aeropuerto está como aletargado a esas horas, la gente que espera pacientemente en la cola de las ventanillas, algún grupo de adolescentes se hace más evidente por el incontrolado latir de sus corazones y sus risas.
Afortunadamente en el mostrador de Swissair no hay gente esperando, entrego las reservas a la empleada que apenas levanta la vista de la pantalla de su ordenador, comienza a teclear con eficiencia hasta que se detiene y detecto un gesto de fastidio en su cara, un pequeño rictus en sus labios.

-Señores, lamento informarles que su vuelo ha salido hace cuarenta minutos, y no hay ningún otro hasta mañana.
-¡¡¡Joder!!!.- maldigo entre dientes.- por favor, no me importan las escalas que tengamos que hacer, ni lo que cueste.
-Lo lamento señor, sólo disponemos de un vuelo mañana a última hora y está cerrado, si quiere que le ponga en lista de espera, por si hay alguna baja…
-Hágalo.- espeto tratando de controlar mi mal humor.

Algo sencillo, ir y volver, sólo serán unas horas, pensaba, y ahora me veré obligado a pasar la noche aquí, buscar un hotel y probablemente aguantar la mirada obscena de algún recepcionista cuando tenga que pedir una habitación.